PORTALES | DEBAJO


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«Los árboles esperan: tú no esperes,
es el tiempo de vivir, el único».


— Jaime Sabines

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ℙ𝕆ℝ𝕋𝔸𝕃𝔼𝕊


𝔻 𝔼 𝔹 𝔸 𝕁 𝕆

La abadesa del convento era una mujer muy cruel, nos confinaba a nuestras habitaciones a rezar toda la noche. Sus secuaces despreciables vigilaban que cumpliéramos nuestra tarea, alimentando con ponzoña nuestros miedos, peligrando nuestra seguridad según las decisiones de nuestra rectora. René fue la única que pudo escapar, ella era mi amiga y también la única en quien confiaba. Las demás monjas me daban mala espina, de hecho, pensaba que eran espías ocultas de la abadesa.

Las mañanas estaban aparentemente llenas de paz, era rutina diaria visitar la capilla de una vez después de levantarnos. Se sentía una tranquilidad abrazadora, lo único que escuchaba eran las oraciones de las hermanas, las superioras nos vigilaban constantemente, asegurándose que siguiéramos el hilo de los rezos. Luego íbamos a desayunar, la tensión comenzaba a ascender y, más aún, si no terminábamos rápido de comer la desabrida comida que nos servían.

Se elegían durante la mañana a dos hermanas para buscar los suministros de comida, ese día me tocó a mí y a Carmela, una persona que apenas le dirigía la palabra. Nos encaminamos al depósito con celeridad, según lo había ordenado la abadesa, y mientras estábamos allí, Carmela me tomó del brazo y susurró en mi oído.

— ¡No podemos volver! —Me dijo— ¡Hay una forma de escapar sin que la abadesa se entere! —La aparté con mi brazo y miré fijamente sus ojos desorbitados.

— ¿Estás loca? —Le contesté— Ella se enterará, nadie puede salir de aquí. La abadesa lo sabe todo.

—La hermana René pudo escapar. —Dijo nuevamente, susurrando y desesperada.

—Eso fue solo suerte. René por poco muere en manos de las superioras, recuerda que la siguen buscando y sola no podrá llegar muy lejos.

Carmela vuelve a acercarse a mí. Me toma del hombro violentamente y hace que vuelva a mirar sus ojos ansiosos.

—Hay una entrada debajo del convento. Se dice que lleva a unas catacumbas que se dirigen al pueblo de Brech. Si logramos encontrarlas sin que se enteren, podremos estar fuera de aquí en muy poco tiempo.

—Conozco la leyenda de la puerta a esas catacumbas, —manifesté apartando nuevamente a Carmela de mí—, hay una leyenda que dice que en realidad llevan hacia la habitación pedregosa de un demonio durmiente, que se alimenta de la sangre de los seres humanos.

—Eso es solo un mito. Si de verdad hubiera un demonio allí, ya hubiese despertado y devorado a todas, ¿no crees? —No pude contradecir esa respuesta.

—Bien, ¿pero cómo vamos a eludir a las superioras?, constantemente están vigilándonos y no nos dejan mucha privacidad, ni siquiera en nuestras habitaciones.

—Déjame eso a mí. —Contestó Carmela, esta vez con un tono de seguridad en su voz. —La superiora que vigila tu habitación y la mía a la medianoche se encontrará indispuesta. Cree en mí, cuando ya llegue la madrugada, sal de tu habitación, atraviesa el pasillo hacia la capilla y me esperas allí. Ahora vamos, no debemos tardarnos más en llevar los suministros o las superioras bajarán a ver que hacemos.

Quedé completamente intrigada por el plan de Carmela, quería saber más pero decidí callar y que las cosas tomaran su curso. Después de realizar mis labores cotidianas, llegó la noche, y todas fuimos convocadas, como de costumbre, a dar nuestros últimos rezos en el recinto. Luego fui a mi habitación para esperar la llegada de la madrugada. No pude dormir hasta que el reloj dio más de las doce. Todo estaba en silencio, tenía miedo de salir, pero me armé de valor y abrí la puerta.

Al echar un vistazo por el pasillo, observé a la superiora vigilante sentada junto a la puerta final del pasillo. Tuve un sobresalto y me asusté, pero luego vislumbré a Carmela que apareció de la nada, portando un cuchillo ensangrentado en su mano. Me acerqué raudamente, con el rostro marcado por el horror, puesto que vi a la superiora muerta con el cuello abierto y desangrado.

— ¡¿Pero qué has hecho!? ¿De dónde lo sacaste? —Le pregunté a Carmela espantada.

—De la cocina, por supuesto. Tenía que hacerlo, sino no hubiéramos escapado. Tuve que venir a buscarte, te tardabas demasiado. ¡Ven, vamos a la capilla, deprisa!

Me tomó de la mano y comenzamos a correr. Tomamos un atajo que nos llevó directo a la capilla. En el gran altar, había una entrada que nos permitió descender a varios metros bajo el suelo. Las escaleras mohosas, el hedor a heces de rata y la oscuridad, hacían que casi me arrepintiera de continuar, pero Carmela tomó una antorcha y empezamos a caminar rápida y cuidadosamente para no resbalarnos.

Después de unos minutos, nos topamos con una gran puerta de piedra con inscripciones en toda su superficie. Las letras eran extrañas, no eran latín ni romaní, ni ningún otro idioma que yo conociera. No le tomamos más importancia y la abrimos, usando todas nuestras fuerzas puesto que la entrada era pesada. Al vislumbrar hacia adentro, el espacio estaba completamente vacío, o eso creíamos.

Al dar unos pasos, adentrándonos a la oscuridad, Carmela fue levantada del suelo por un fuerza repentina. La antorcha iluminó hacia arriba, y gracias a esto, pude percatarme de una figura monstruosa, que con grotescas manos levantaba a mi compañera por el cuello. Con un ligero movimiento de sus garras, le abrió el cuello esparciendo su sangre. Solté un alarido y logré huir, mientras escuchaba como la puerta de piedra se cerraba tras de mí.

Carmela murió esa noche y yo guardé el secreto. Pronto descubrí, que nuestra labor allí y la severidad de la abadesa eran más importantes de lo que pensaba. Estábamos destinadas a retener con pureza a la criatura que allí guarda hasta el fin de los días, puesto que, si es liberada, el apocalipsis se aceleraría hasta exterminar la existencia.

FIN


Escrito por @universoperdido. 18 de Marzo del 2021


La foto de portada es de mi propiedad, tomada con un celular moto e4 y editada con PhotoScape y Snapseed.

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