PORTALES | EXTRAVIADO

Aún puedo escuchar los gritos de mi padre, buscándome en los diferentes rincones de la ciudad. Me había quedado sólo, por un instante, mientras buscaba mi pelota perdida. Me salté de la vista de mi viejo, los primeros segundos no se percató, pero después de unos minutos, su corazón se sobresaltó al ver que no estaba por ninguna parte.

Esto es muy difícil de explicar, pero debo hacerlo de la mejor manera. Recuerdo haber llegado a unas escaleras por las cuales descendí, pensé que mi pelota se encontraba bajo aquel sitio desolado. Había llegado a una especie de callejón subterráneo, y desde luego, fui cuidadoso para no perderme entre los pasillos viejos de aquel lugar, pero todo fue en vano.

La curiosidad se hacía más intensa en mí, llegué hasta un piso amplio con tres edificios al frente. Vislumbré cada una de las puertas, era extraño que individualmente tuviesen un signo particular que las identificase. Nunca los había visto, pues en este barrio, las casas suburbanas no tienen pinta de sectarias.

Me asomé a una de ellas, a la del medio que llamó más mi atención. Extendí mi mano para tomar el gancho de acero y con el poder azotar la puerta. Me puse nervioso, la verdad no sé porque lo hice, pero hubo una necesidad en mí de querer hacerlo, algo que me devoró por completo. El portal se abrió, me puse pálido como el armiño, y luego de unos segundos, decidí entrar por la curiosidad.

Al principio todo estaba oscuro, pensé que fui cegado de repente. Recordé a mi padre repentinamente: ¡Ay Dios mío! ¡Debe estar sumamente preocupado por mí! Pero la intriga aún no me dejaba en paz, y fui paulatinamente adentrándome a los interiores de aquel edificio.

Me detuve por un instante, alguien me tomó del brazo y me habló susurrándome al oído. Me sobresalté, mi corazón se aceleró demasiado. Volteé la mirada lentamente y había un rostro pálido y arrugado que me observaba con los ojos abiertos hasta el límite. Quedé paralizado, no podía huir, pues el sujeto me sostenía suspendiendo los músculos de mi cuerpo.

Comencé a asustarme demasiado, pensé que sería secuestrado. Súbitamente empecé a llorar, clamaba por mi padre una y otra vez. Aquel rostro espantoso no dejaba de mirarme, y cada vez lo sentía más cerca, justo al lado de mi cara, casi junto a mi mejilla, queriendo rozar su nariz con mi rostro; repulsivo, horripilante e incómodo.

Chillé varias veces llamando a mi padre, sin efecto alguno, sin una respuesta que me complaciera, estaba a merced de aquel sujeto que quien sabe de dónde habrá salido. De nuevo, arropado por mil luces, perdí el sentido de la vista. Me desvanecí por un momento y caí al suelo, perdiendo la conciencia por completo. Al despertar, me encuentro en el patio delantero y amplio de aquellos tres edificios, y los símbolos que estaban en sus puertas, habían desaparecido por completo.

Mi padre llegó por mí y me abrazó con intensidad. Me reprendió por perderme de esa manera, le dije lo que había pasado pero por rabia y preocupación no me creyó. Me tomó del brazo y me llevó a casa, siendo lo último que sucedió. Hoy en día, juro que todavía puedo ver el rostro de aquel anciano en cualquier puerta o ventana, mirándome siempre con aquella espantosa expresión. Ya no le temo tanto, sin embargo siento que algún día volverá en persona para extraerme de mis sentidos y llevarme consigo a su portal.