Hace más de dos horas que Santiago se esfumó, dejándome a los pies de este gran árbol en medio de este bosque frío. Aún no puedo creer que el doctor Garza enloqueciera de esa manera; lo que le hizo a esa chica fue imperdonable: ¡Oh Dios, sus cabellos se cayeron! ¡Su cuero cabelludo costroso estaba expuesto y su piel era tan áspera como la madera seca! Santiago y yo sabíamos que algo iba a salir mal, pues Garza no dejaba de hablar de un cambio importante en el futuro.

Vivimos en ese albergue por un par de meses. Trabajamos como asistentes del doctor Garza; quien era para nosotros una mente brillante. Aprendimos conocimientos químicos asombrosos. Comprendimos que había propiedades en la naturaleza que servían para algo más que solo nutrir la piel. Nos introdujimos en el fabuloso mundo microscópico de la vida, y de él extrajimos su más valiosa esencia; un elemento que nos permitiría obtener el elixir de la vida eterna.

Tal y como lo han leído, ese era nuestro objetivo; la idea que nos había transmitido el doctor Garza, de salir todo bien, seríamos reconocidos como los hombres que aportaron otro cambio para la historia de la humanidad. Mientras preparábamos aquella solución, que nos llevaría hacia la cúspide del triunfo, convocamos a varios voluntarios para que se sometieran a nuestro experimento. Los voluntarios eran cinco personas sanas, con una edad promedio de entre veinticinco a treinta y cinco años de edad.

Los sometimos a pruebas de ejercicios. Los hidratamos y alimentamos adecuadamente. Mientras ajustábamos los últimos detalles. La solución ya estaba lista para introducirse en sus cuerpos. Se les inyectó el químico el primero de septiembre del año 2020. Todo al principio marchaba con normalidad, los primeros tres días los voluntarios presentaban una fuerza y vitalidad exuberante. Estábamos contentos de como marchaba todo aunque todavía no era tiempo de celebrar.

Al cabo de una semana, uno de los voluntarios comenzó a enfermar: era una chica caucásica de veintiocho años de edad, con el cabello oscuro y la mirada rapazmente profunda. Su malestar comenzó como un resfriado para luego ascender en una fiebre muy intensa, la cual vino acompañada con un deterioro excesivo en su cuerpo. Su cabello comenzó a caer y era tan seco como el heno. Perdía mucho peso, ya parecía una criatura de pellejo y huesos. Su piel se volvió tan seca que se desprendía de su cuerpo. Ella gritaba todo el tiempo; día y noche, decía que sus entrañas estaban siendo quemadas por llamaradas.

Le pedimos al doctor Garza parar el proceso y ayudar a aquella chica, pero solo recibimos respuestas severas y negaciones del demente, pidiéndonos que nos mantengamos fieles únicamente a nuestro trabajo; y luego vino lo peor: ¡Inyectó más dosis de la solución en el cuerpo de aquella muchacha!

No podíamos creerlo. Había enloquecido por completo y, además, las consecuencias no tardaron en manifestarse. El cuerpo de la chica comenzó a aumentar en tamaño hasta convertirse en algo monstruoso. Derribó la puerta de su habitación una noche y atacó a los demás voluntarios, luego fue por el doctor Garza, al cual decapitó con solo un golpe de uno de sus colosales brazos.

Santiago y yo logramos huir mientras la criatura devoraba a Garza. Esta es una noche fría; la más gélida que ha caído sobre esta región. Me sentía débil y por eso me detuve a descansar, y le pedí a Santiago que buscara ayuda que aquí yo lo esperaba.

Han pasado dos horas y él no ha vuelto. No sé si me quedé dormido o solo fueron lagunas mentales, causadas por mis pastillas para dormir, que me hicieron perder la noción del tiempo. Me retiro por fin de mi lugar de descanso, dirigiéndome hacia una carretera para buscar ayuda. Al final, en las orillas de una vía, vislumbro en medio de la tenue oscuridad a alguien descansando sobre el asfalto, y al ver más allá, mi corazón sobresale del miedo, pues atisbo los filosos dientes de la criatura que nos persigue.