JUANA [ESP - ENG]

Nada había deseado más en mi infancia que un perrito, pero mi mamá era alérgica y yo no podía más que desear tener uno. Muchas veces intente infructuosamente tener uno a hurtadillas pero mi mama me descubría y los alejaba de mí.

En aquellos días Puebla era un lugar increíble donde los vecinos eran como familia y el vecino rechoncho que vivía justo al frente de mi casa tenía una perrita, su nombre era Jazmín y él nunca se despegaba de ella. Cuando pasaban por la calle yo salía corriendo a jugar con aquella pequeña canina, bajo la mirada encarecedora de mi madre que me hacía lavar las manos y bañarme cada vez que me descubría con un animal.

Con el tiempo mamá enfermó de una extraña enfermedad que la terminó confinando en una suntuosa y triste cama, donde su luz se fue apagando. Luego de unos meses de agonía moriría, yo tenía tan solo 8 años y algo me decía que no volvería a ver a Mamá Juana, después de ese episodio yo nunca volvería a ser el mismo.

Mi papá sin embargo, buscaba formas de apalear nuestro dolor pero no había nada que pudiera hacer, ate aquella irreparable perdida que hasta a el entristecía. Mi hermanita y yo crecíamos solos, entre los cuidados de una escuálida niñera llamada Rufina, que nos trataba con compasión y ternura.

Muchos recuerdos de esos años fueron borrados de mi memoria, pero aún sigue viva en mi memoria por aquella particular alegría que género en mí, aquella hermosa Navidad de 1980. Jazmín la perra del vecino había tenido una camada de 5 cachorros, mi papá se las ingenió para conseguirnos uno de ellos, incluso ante el rechazo del amargado vecino.

No sé por qué, pero creí que sería buena idea pedir una perrita, mi hermana a la que le llevaba 1 año y quien recibió feliz a aquel regalo solía decirle Anna en los primeros meses, pero yo no tenía dudas de que nombre le iba a poner a aquella linda canina.

Su nombre sería Juana como a mi madre, sería el consuelo que tanto anhelaba por su partida y vaya que la cuidaría hasta que hiciera falta. Mi papá nos enseñó a cuidarla y pronto crecimos con el amor que solo al cuidar de un animal se puede aprender. Con el tiempo nos hicimos adultos y mi papa nunca se volvió a casar hasta que estuvimos en la universidad y hoy pienso lo difícil que debió haber sido para él, atravesar por aquel proceso solo.

Actualmente añoro aquellos días, cuánto diera por volver a vivirlos. Ser niños con la perra Juana fue lo mejor que nos pudo suceder a mí hermana y a mí a pesar de la muerte, nos marcó y nos salvó de todas las maneras en las cuales un ser con el corazón roto puede ser salvado.

Nothing I had wanted more in my childhood than a puppy, but my mother was allergic and I could only wish to have one. Many times I tried unsuccessfully to have one on the sly but my mom would discover me and keep them away from me.

In those days Puebla was an incredible place where the neighbors were like family and the chubby neighbor who lived right across the street from my house had a little dog, her name was Jazmin and he never left her side. When they passed by on the street, I would run out to play with that little canine, under my mother's scolding gaze, who made me wash my hands and bathe every time she discovered me with an animal.

As time went by, my mother fell ill with a strange disease that ended up confining her to a sumptuous and sad bed, where her light began to fade. After a few months of agony she would die, I was only 8 years old and something told me that I would never see Mama Juana again, after that episode I would never be the same.

My father, however, was looking for ways to ease our pain but there was nothing he could do about that irreparable loss that even saddened him. My little sister and I grew up alone, in the care of a scrawny nanny named Rufina, who treated us with compassion and tenderness.

Many memories of those years were erased from my memory, but it is still alive in my memory because of the particular joy it generated in me, that beautiful Christmas of 1980. Jasmine the neighbor's dog had had a litter of 5 puppies, my dad managed to get us one of them, even in the face of the bitter neighbor's rejection.

I don't know why, but I thought it would be a good idea to ask for a puppy, my sister to whom I was 1 year older and who happily received that gift used to call her Anna in the first months, but I had no doubts about what name I was going to give to that cute canine.

Her name would be Juana like my mother's, she would be the comfort I was longing for because of her departure and I would take care of her as long as it was necessary. My dad taught us how to take care of her and we soon grew up with the love that only caring for an animal can teach you. Eventually we became adults and my dad never remarried until we were in college and today I think how hard it must have been for him to go through that process alone.

Today I miss those days, what I would give to live them again. Being children with Juana the dog was the best thing that could have happened to my sister and me in spite of the death, she marked us and saved us in all the ways a broken hearted person can be saved.