Hay cosas que nadie te dice, y que te toca aprender por cuenta propia, experimentando cosas nuevas cada día. Cuando entras a la facultad de medicina todos te felicitan, lo ven como un gran logro, y aunque ciertamente si lo es, lo que te espera por los próximos 7 años es algo para lo que nadie te prepara.

Aún recuerdo mi primer día de clases, iba toda llena de ilusión, pero también asustada, era la primera vez que estaba tan lejos de casa y sola. Con el tiempo fui haciendo compañeros, y aprendiendo a vivir y administrarme sin ayuda de mamá y papá.

Académicamente también se me complicó un poco, nunca es el mismo ritmo de estudio que se lleva en el colegio que en la universidad, eso fue algo a lo que tuve que ir amoldandome a medida que iba avanzando en la carrera.

Luego llegué a la etapa hospitalaria, dónde realizar absolutamente cualquier procedimiento me daba terror, me generaba ansiedad hacer las cosas mal. Hoy después de 3 años dentro del hospital central de Maracay, aunque el temor nunca desapareció, noto muchísima más seguridad en mi, incluso mis habilidades sociales con los pacientes ha mejorado.

En la facultad te enseñan academia, pero para ser un buen médico se necesita mucho más que excelentes calificaciones, porque obtener solo 10 te hace un buen estudiante, pero no necesariamente un buen médico. La calidad humana y la vocación por ayudar a tus pacientes es algo que vas desarrollando con el tiempo.

Ser médico es una responsabilidad, tienes en tus manos el bien más preciado de una persona, su salud, su vida. Un error tuyo puede costarle la vida a otro, es por eso que combinar los valores y la academia es vital para llegar a ser un buen médico.

No soy la persona con más experiencia en esto de la medicina, mi camino a penas comienza, pero hoy me siento muy segura de que elegí la mejor profesión del mundo, con todos sus pro y sus contra, determine que esto es lo mío.