Frente a la catedral de la Almudena, en un pequeño jardín que sirve de cobertura o parapeto a esa desconocida monumentalidad de Madrid, como son, por ejemplo, las casas que pertenecieron a la famosa Princesa de Éboli, el busto de uno de los padres del romanticismo español parece mantener la mirada perdida en una de esas imaginarias tabernas de Nuncajamás, de nombre el Anciano Rey de los Vinos, que ya no alborotan a la remilgada Doña Cuaresma con el ácido sentido del humor de sus antiguas y reaccionarias tertulias.

Entre melancólicos lilos que recuerdan aquellos amores perdidos en la marinería bucanera de la vida, el busto de Mariano José de Larra, padre también de la crítica burocrática, con su eterno mandamiento del vuelva usted mañana, me recuerda los viejos días de los vinos de las tabernas de los caminos -donde abrevaran irredentos itinerantes, como Machado, Villon, Baudelaire o Verlaine- que aun servidos con restos de pellejo de uva vieja, eran notablemente preferibles al agua donde chapotean las ranas.

Dicen, aquellos que disfrutan aumentando los espantos veniales de las leyendas nacidas negras ya por decreto de la opinión pública, que Don Mariano, febril literato y articulista de pluma en guardia, tuvo amores de ultratumba y que sus labios se posaron sobre unos labios tan yertos e hiperbóreos, como los de la inconsumible Carmilla, de Sheridan Le Fanu.

Cierto o no, Don Mariano, reconozco que hubo una heroicidad romántica en su época, que se ha fugado, quizás al mismo lugar donde Villon situaba las nieves de antaño, siendo sustituido, en estos tiempos de ceguera elemental por delirios de infantil pataleo, hasta el punto de hacer del Amor algo tan burocrático y frívolo como su vuelva usted mañana.

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