Famélicas almas en vilo | Contenido Original

El frío era insoportable y calaba hasta los huesos. Aún cuando viajaba de pie con decenas de cuerpos a su alrededor, las corrientes de aire invernales se colaban por entre las hendiduras de madera. Le habían impedido tener abrigos por "razones de seguridad" y se lo habían arrebatado antes de abordar el vagón nauseabundo en que viajaban. Muy de vez en cuando el apretujamiento de cuerpos le traía algo de alivio. No comprendía porqué los alemanes le habían secuestrado.
Él era alemán. Su único pecado: ser judío. ¿Por qué sus connacionales le trataban de aquel modo? Era un próspero comerciante que siempre había colaborado en tiempos duros con su comunidad. Procuraba devolver a las personas de los suburbios de Múnich, la buena fortuna que le había retornado el trabajo duro ¿Por qué se ensañaban con él y los suyos? ¿Acaso no recordaban las comidas para los hambrientos que organizaba de su propio peculio, los domingos?

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Fuente Pixabay

Esos pensamientos se arremolinaban en su cabeza mientra el toc, toc de la madera, que se encontraba en las durmientes bajo lo rieles del tren, cortaba el silencio de la noche. Al olor horrible que desprendía el vagón, se le sumaba el humo irrespirable saliendo de la locomotora ¿Cómo era posible que los llevarán de manera tan inhumana, a un destino no revelado? ¿Acaso acabarían con su vida apenas desembarcaran?
Sí. Había escuchado las historias donde se murmuraba el trato que las SS le daba a sus congregación, pero en toda guerra lo primero que se pierde es la verdad. Así que no daba crédito a todo lo que escuchaba. Sus años como tendero le habían enseñado eso. Fue solo cuando le obligaron a subir al tren y ver las condiciones bajo las que viajaría, lo que le convenció y le hizo pensar: este viaje no terminará bien.

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Desde la esquina del vagón salía un llanto que reconocía. Sabía cuando un bebé tenía hambre, había ayudado a su mujer a criar seis vástagos. Había aprendido a diferenciar el llanto por hambre del llanto por incomodidad ¿Cuanto tiempo tendría aquella criatura sin comer? No soportó más estar de pie y se agachó para descansar. No pudo. El frío se sentía peor, porque las corrientes se colaban por entre las piernas de los demás ocupantes.
Resignado, se volvió a poner de pie. En ese momento, el tren comenzó a disminuir la velocidad, el desesperante toc, toc se volvió más pausado y alargó la frecuencia de repetición. Pronto los frenos del tren chirriaron y el pesado transporte se detuvo. Los ladridos de los perros y el sonido de las pisadas de los soldados, hicieron evidente que revisaban la locomotora y los vagones en búsqueda de dispositivos explosivos antes de entrar a destino.

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Una vez checado el tren, se volvió a mover a baja velocidad mientras entraba a las instalaciones del campo. La cantidad de horas de viaje le hicieron intuir al hombre que se encontraban en algún lugar de Polonia ¿Cómo podría ser aquello? Un ensordecedor ruido de frenos y vapor detuvo el tren. De inmediato se abrieron las puertas del vagón y el griterío de los soldados alemanes, era suficiente para entender que les pedían bajar rápido.
Hombres, mujeres, niños y ancianos eran separados diligentemente y caminaban en fila hacia un enorme patio. El frío y la nieve dificultaban el andar. Era penoso en realidad. Aquellos soldados con ropas de invierno, sobretodo, guantes y botas debían estar abrigados. Maldijo al soldado que le quitó su abrigo. Una vez alineados en el patio, solo vió grupos de mujeres y hombres. A los ancianos y a los niños debieron llevarlos a otro lugar de las instalaciones.

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Comenzó el conteo de rigor y la clasificación por aspecto ¿No era cruel aquello? Es decir, a los famélicos los separaban de los bien alimentados. No requerían más. Ya sabían suficiente de todos los pasajeros de aquel tren. Si de algo se podían jactar las SS era de la rigurosidad de los datos. Así que todos en la interminable fila, sabían o intuían el destino de los que no se encontraban en condiciones para trabajar en la fábrica de municiones allende del campo.
Todos los demás, incluso el comerciante, fueron guiados a las barracas. El olor mortecino del campo amainaba con la nieve. Pero eso no sucedía en los enormes ¿dormitorios? ¡Eso eran establos! Madera suficiente para alojar interminables pisos de literas, una tras otras. Aquello era dantesco ¿cómo podrían dormir allí? Los más veteranos les decían a los nuevos que se acostumbrarían. El olor es cuestión de costumbre ¡Dios! ¡Qué inhumano!

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El cansancio era tal que el hombre se durmió. En la madrugada, los soldados entraron a las barracas con escándalo y el sobresalto casi lo mata del susto. Se puso el uniforme a rayas que le habían entregado al llegar y recogió la ropa que se quitó para apilar en un morrito al salir de la barraca ¿Cuando desayunarían? Pensó, el hambre le atacaba. Eso no pasaría, al menos ese día. Una vez formados en el patio, escuchó su nombre.
Siguió una fila de hombres y mujeres que también habían sido mencionados ¿Su tarea? Recoger los morritos de ropa y llevarlos a unas instalaciones para revisar y quemar. Era muchísima ropa ¿Cuánta gente venía en ese tren? A media mañana terminaron y los trasladaron hacia otro lugar desde donde se desprendía un fuertísimo olor. Los gases y el insoportable hedor pronto le dieron pista. Estaba al frente del horno de las almas.
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Este relato ficticio se creó para conmemorar el Día Internacional de Conmemoración anual en memoria de las víctimas del Holocausto, creado por la Organización de las Naciones Unidas el cual pretende dar a conocer las historias del holocausto, para que sean tenidas en cuenta como advertencia de las consecuencias del antisemitismo y otras formas de discriminación.

Escrito y diagramación: @fermionico

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