Relato: La profecía de Ishtar

Ishtar de Sumeria miró de reojo a la anciana que estaba delante de ella; sus ojos ciegos la observaban como si supiera cómo era su forma, como si supiera en dónde estaba sentada.

De ella se decían muchas cosas buenas, en especial sobre su habilidad para ver los sueños de las personas a través de la sangre. Algunos miembros de su corte le decían que a los sognomantes hay que tratarlos con el mayor de los respetos, pues su sangre era igual de peligrosa que la sangre venenosa de un híbrido; aquellos que bebieron en algún momento la sangre de un sognomante no sobrevivieron más allá de los dos días posteriores, pues habían caído en la locura. La sangre de un sognomante combinaba sueños y recuerdos de otras personas.

Levantándose de su trono, la antigua reina de los vampiros se acercó a la anciana y, en un tono cariñoso, le dijo: "Me han dicho que puedes ayudarme con mis sueños, venerable anciana".

La mujer de cabellos canos le replicó: "Hago lo mejor que puedo en ayudar a otros, mi señora. Dime, ¿qué es lo que ha soñado?"

Ishtar suspiró hondamente.

Su sueño, ese que se repetía cada noche y en el que pensaba todos los días... El sueño de un hombre de extraños ropajes sentado en un trono de oro y plata, con un cuchillo atravesándole el cuello y la sangre derramándose sobre él. Un hombre muerto, por lo poco que podía entender en ese momento. Un hombre con el rostro sonriente, lleno de paz y congoja.

Así como lo recordaba, así le narró a la anciana punto por punto; incluso accedió a la petición de la dama de mostrarle el sueño a través de la sangre. Un procedimiento sencillo, consistente en cortarse las palmas de las manos de una y la otra, uniéndolas posteriormente en una sola.

Tras un largo silencio, la anciana tomó a Ishtar del hombro y le dijo: "Una muerte violenta por piedad".

Ishtar le miró con extrañeza. La anciana añadió: "El hombre que has visto es de un futuro que no puedo decir si es cercano o lejano. Un rey sentado en su trono, muerto por alguna razón en especial que solo los suyos sabrán, si no es que lo saben ya. Su rostro refleja una muerte violenta, a la cual recibió como el más grande de los alivios. Como una paz que tanto ansiaba".

Ishtar desvió la mirada.

Muerte violenta por piedad. Conocía el concepto; odiaba recordarlo cada vez que se lo mencionaban, pues el dolor resurgía de sus cenizas como el ave fénix. Incluso odiaba a la culpable de su surgimiento, más de lo que ésta parecía temerle.

"Le agradezco de forma infinita, venerable anciana, su revelación", dijo con voz entrecortada mientras se volvía hacia la sognomante. "Pídame lo que quiera en oro y se lo daré".

La anciana negó con la cabeza. "No quiero oro ni plata. No quiero nada. He vivido lo suficiente para saber los conflictos que acarrean esos metales preciosos".

"Entiendo..."

"Sin embargo, mi señora, hay algo que quiero aconsejarle, si se me permite".

"Usted dirá".

Con un tono firme, la anciana enunció: "Deje ir ese rencor que tiene contra ella. Deje ir a sus muertos".

Dicho esto, la anciana abandona la sala de audiencia. Una honda tristeza se apoderó de Ishtar a medida que se sentaba otra vez en su trono. Al final, la reina lloró en silencio.


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Fuente de la imagen: Pexels


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