Me lo imagino una y mil veces. La rabia que siento al no sentirme escuchada cada vez se acrecienta; el temor a perder familia y amistades es tan grande como el impulso de gritarles a grito tendido lo mucho que odio que no me dejen hablar; de agarrar lo primero que me encuentre en mi camino y estrellarlo contra sus cabezas; de colgarles ante la menor interrupción, o incluso de bloquearlos de mi vida sin explicaciones se hace cada vez más fuerte.
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Me lo imagino una y mil veces, pero al final no hago nada más que solo llorar en silencio junto a la ventana.
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