[ESP-ENG] EL REFUGIO DE LOS DIOSES

Merlina nunca habla de ciertas cosas, su padre se lo ha prohibido. Siempre la veía solitaria, sentada en aquel columpio con la cabeza cabizbaja. Se veía triste y pálida, pues casi no salía a jugar. Vivía sola con su padre: El señor Robert; un hombre extraño que se veía a simple vista insano.

Cuando pasaba de mi casa a la escuela, veía a Merlina sentada en el mismo columpio en su casa con el cuerpo encogido y la columna desviada. Se veía pensativa, por alguna razón no quería entrar a su hogar. Aunque el motivo, no queríamos verlo; éramos demasiado inocentes para darnos cuenta de tal atrocidad. Cuando su padre la llamaba, ella se levantaba de su columpio e iba a verlo a regañadientes. Luego volvía y se sentaba en el mismo lugar, en la misma posición y con la mirada melancólica.

Los otros niños inventaban cosas feas de Merlina, decían que no era hija de su padre sino de un monstruo cruel que devoró a su mamá, y, su padre, destruido por la pena, se desquita con la pobre Merlina. Muchos evitaban acercársele, incluso cuando pasaban frente a su casa. A Merlina parecía no importarle puesto que parecía una estatua sentada en aquel columpio.

Un día, mientras yo pasaba por enfrente de su casa hasta la parada del bus, me quedé observándola por un rato más de lo habitual, y atisbé que en sus piernas tenía unos moretones. Era muy extraño, pues cada vez que la veía estaba ilesa. En ese momento su padre la llama y ella resignada y molesta vuelve a entrar.

En ese momento mi curiosidad cruzaba los límites, necesitaba averiguar el verdadero secreto que acaecía sobre Merlina. Crucé la baranda de su casa hasta caer en su jardín. Me lastimé el tobillo y me apoyé raudo sobre un árbol para pasar un poco el dolor. Después de unos minutos, vi unas piernas pálidas y amoreteadas frente a mí; era Melina que me observaba con penetrante extrañeza.

— ¿Qué haces aquí? —Me preguntó ella.
—Solo vine a ver este árbol nada más—. Le dije excusándome estúpidamente.
—Has lo que quieras—. Me contestó indiferente. —Pero no toques mi refugio.

En el momento no entendí a lo que se refería, pero luego comprendí que se trataba de su columpio, en el cual se la pasaba horas y horas sentada. Me dijo que era un refugio de dioses, donde todos ellos venían a visitarla y a llevársela a algún lado.

—Pero yo no he visto a ninguno de esos dioses aquí afuera contigo. —Le contesté incrédulo.
—Es porque nunca vienen aquí afuera, están adentro con mi papá.

Me sentí mucho más confundido, además de incómodo con el momento. Vislumbré la ventana varias veces ya que no quería ser descubierto por el padre de Merlina. Me despedí de ella casi huyendo y luego crucé la baranda de nuevo a pesar de mi tobillo lastimado.

Llegué a la casa sin pasar por el frente de que Merlina, y le conté a mi madre la incómoda experiencia que había vivido hoy. Le dije sobre sus piernas amoreteadas y la manera en cómo se refería a su columpio. Mi madre, como anteriormente fue servidora social, decidió llamar a la policía para que fueran a investigar.

Lo que hallaron allí fue horrible, algo que no pude procesar en mi mente de infante. La casa de Merlina era un punto de prostitución infantil, donde entraban niños de bajos recursos y los hacían tener relaciones con hombres mayores miembros a los que les decían «dioses». Merlina fue víctima de muchos abusos hasta que finalmente fue sacada de ahí. Nunca volví a saber de ella.

Años después, la casa fue puesta bajo las manos de una inmobiliaria que la vendió sin problemas a una familia tranquila. El columpio de Merlina todavía sigue ahí, fue habitado por una niña más feliz y sonriente que tendría probablemente su edad. Nadie se pudo imaginar, lo que encima de ese columpio descansaba con antelación.