[ESP-ENG] DRANAE I

E S P A Ñ O L

DRANAE

He visto ojos consumidos por la rabia. He sido testigo de la naturaleza codiciosa de algunos hombres. He visto sus acciones al ser consumidos por la avaricia y el rencor, otras veces he visto como caen en manos de la venganza. Pero jamás he visto unos ojos tan deslumbrantes; no pertenecientes a la naturaleza humana, sino a algo más, algo incomprensible a mi imaginación.

Yo era un capitán que comandaba a un ejército al este del Congo. Nuestra misión era resguardar unas minas bajo la jurisdicción de mi país. Había un pueblo cercano donde descansamos nuestra dura cotidianidad; he tenido que soportar la expresión de odio muchos años por parte de los lugareños.

No hubo día que pasara en que un hombre muerto se arrastrara a mis pies; mis hombres tenían mucho temperamento, no éramos bienvenidos y encima mis superiores me exigían aún más, estaba ya cansado de esa porquería de lugar.

Un día, bajo la tranquilidad de un lugar recóndito que solo yo descubrí, escuché disparos que provenían de mi base. Me apresuré raudamente sosteniendo mi arma de mano y llegué dispuesto a matar.

Encontré con sorpresa a un pelotón aliado en nuestra base. Su capitán ostentaba una expresión entre locura y rabia. Llevaba entre sus manos los cuerpos de unos lugareños que había matado a sangre fría; todavía podía ver el soplido humeante que despedía su arma.

Los hombres a mi cargo quedaron atónitos después de ver lo que pasó, uno de ellos me dijo que aquel capitán pedía audiencia conmigo. Les advertí en señas que estuvieran atentos a cualquier anormalidad, mientras hablaba con ese hombre.

Fuimos a mi carpa muy tranquilos, noté que el hombre aún poseía esa mirada de perro rabioso. Le ofrecí agua y un poco de comida para calmar la ansiedad, pero él rechazó todo, pues quería hablar conmigo inmediatamente.

—Capitán Garza— Comenzó diciendome—. Disculpe por haberlo incomodado en su campamento, pero el acuerdo con nuestros superiores de las fuerzas armadas, me da jurisdicción de irrumpir en cualquier lugar bajo nuestro dominio. Aquí tengo una copia del documento, si lo desea ver.

—No es necesario— Le dije—. Acabo de reconocerlo del cuartel y sé que usted tiene ese privilegio.

»Capitán González, ¿a que ha venido usted? Irrumpe en mi campamento, mata algunos nativos y perturba la tranquilidad de mis hombres, debe entender que no puedo pasar esas cosas por desapercibidas.

—Esos nativos casi se van en lucha contra sus hombres, ¿usted dónde estaba? Y sí, tiene razón, debí avisar antes, pero es que esta celeridad que me carcome no puede esperar mucho tiempo, y necesito de su ayuda para detenerla.

—¿A qué se refiere exactamente?—Le pregunté con intriga.

—Me tomará como loco si se lo cuento, pero ya me lo han dicho tantas veces que ni me importa. ¡Escúcheme! ¡Debe ayudarme a encontrar a la Dranae! Sé que está aquí cerca y con cada momento que pasa, siento que me consumo.

—¿Pero de qué está hablando usted? ¿Acaso perdió la cordura?

—No sé si la perdí Capitán, pero cada día que pasa estoy más ansioso. Desde que vi esos ojos esmeralda asomarse al pie del bosque de mi campamento, no he podido pensar con tranquilidad. Siento que todo mi ser acude a la necesidad de encontrarla. Y de no hacerlo pronto, algo terrible me pasará, lo aseguro.

—¡Hable claro, hombre, o lo echaré de aquí a la fuerza!

Antes de decir otra palabra, el demente capitán sacó unos documentos de su uniforme; eran unos mapas y unas indicaciones, varias de estas tenían unas fotografías y dibujos, que mostraban a una criatura oscura; bípeda con astas en su cabeza parecida a ramas, aunque el resto de su cuerpo era imperceptible, parecía la efigie de un hombre disfrazado de árbol.

—¿Qué hay con esto? —Le pregunté inseguro.

—Esta es toda la información que pude recabar sobre la Dranae en este lugar. Los lugareños hacen rituales tradicionales para alejarla; puesto que, si un mortal ve sus ojos de jade, quedará bajo un encanto permanente que solo la criatura puede remediar.

»Por favor, Capitán Garza, ¡tiene que ayudarme! En las noches no duermo bien, siempre tengo pesadillas. El sabor de la comida me repugna, incluso el del agua no lo puedo soportar. Siempre estoy paranoico, enojado y desconfiado. Una vez pensé en quemar vivos a todos mis hombres; lo deseaba, debía hacerlo, suprimí todos esos deseos, ¿pero hasta cuándo? Ya no puedo aguantarlo, temo lo peor si no me ayuda a encontrarla.

Lo miré incrédulo, pero luego atisbé una chispa de miedo e inseguridad en sus ojos, parecía que decía la verdad. No sabía que pensar, por lo que le contesté inmediatamente.

—Mire Capitán González, yo… —El estruendo de una explosión me interrumpió. Salimos inmediatamente y encontramos varias carpas del campamento en llamas, había unos lugareños escapando con granadas y otras armas en sus manos. El capitán González y yo unimos fuerzas y fuimos tras ellos.

CONTINUARÁ...