La Desaparición de Ángel Marrero - Relato

La Desaparición de Ángel Marrero

por Pedro La Cruz

(Primera parte)

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*Foto tomada con mi celular en una hacienda en el Estado Yaracuy, Venezuela

Han pasado muchos años y no puedo olvidar la experiencia y los acontecimientos que rodearon la primera desaparición de Ángel Marrero. Ángel Marrero era propietario de un pequeño fundo en el sector de Las Charas en las afueras de la ciudad de Cumaná, en la salida hacia Cumanacoa. Para entonces yo contaba con 10 o tal vez 11 años y éste es el relato de lo que conservo en mi memoria y en mi corazón. Ángel fue uno de mis primeros amigos adultos, todo un héroe.

Mi tía Severina, mujer emprendedora que no conocía el miedo ni los límites a la hora de hacer lo que tuviera que hacer para conseguir sus propósitos; se ganaba la vida trabajando seis días a la semana y contribuía con el sostén de la casa que habitábamos en el Barrio San Francisco, ubicado en las faldas del Cerro del castillo San Antonio de la Eminencia. Era margariteña, terca y tenaz, muy trabajadora y siempre se opuso a la dictadura de Pérez Jiménez, amiga personal del Dr. Jóvito Villaba y enemiga jurada de los adecos y los borrachos. Hacía ricos dulces criollos que se distribuían en el Mercado Municipal y entre los vecinos que iban a comprarlo en la casa de las margariteñas. También prestaba dinero y cobraba una módica comisión del 5% y visitaba cada 15 días el campo de Las Charas para llevar mercancía que le encargaban los campesinos de la zona, entre ellos Angel Marrero y su esposa Vidalina. Yo solía acompañar a mi madrina en esos viajes para ayudarla con la pesada maleta que llevaba con los encargos, fundamentalmente ropa y artículos de aseo personal. Así aprendí la actividad comercial y el emprendimiento antes de cumplir los 12.

Ángel y Vidalina la querían y respetaban porque ella no solo les llevaba lo que encargaban a buen precio y a crédito, sino que les obsequiaba los dulces que hacía para vender y ellos en correspondencia le daban frutas y verduras cosechadas en la finca. Gracias a esas visitas al fundo, aprendí a andar en el monte, entre árboles que trepaba con facilidad, siembras y animales; en muchas ocasiones me bañé en las diáfanas aguas del Manzanares, sin traje de baño. Ángel me tenía mucho aprecio, me trataba como un sobrino o como un hijo y me confió muchas de sus dudas y temores, sobre la vida y las condiciones de trabajo de la gente del campo, sobre el porvenir y hasta de las creencias religiosas. Vidalina nunca pudo darle un hijo, de modo que él se empeñaba en llenar ese vacío, a sus 40 y tantos años, conversando conmigo, dándome consejos para que yo no cometiera los errores que él cometió. Muchas veces lo ayudé en el trabajo del campo.

En sus confesiones me dijo que era celoso hasta de la propia sombra de la bella Vidalina, a pesar de que vivían ellos dos solos en esa casa del campo, siempre la celaba cada vez que iban los hombres a hacer negocios, ya sea quienes le compraban sus cosechas, los cerdos, gallinas criollas, gallos de pelea que también criaba en su chara. Vidalina era una mujer muy bella, amable, conversadora, buena cocinera, con educación básica porque sabía leer, escribir y sacar cuentas; trataba con mucha cortesía a los visitantes. Nadie se iba de su casa sin tomar café, algún sumo de frutas, o comer si le daba la hora del almuerzo en la finca, y de cualquier cosa que le dijeran se reía a carcajadas, hasta reía con los chistes malos.

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Fuente: Pixabay

Como es usual en los venezolanos, los campesinos se reunían ocasionalmente, hombres, mujeres y niños, en alguna de las fincas, para celebrar cumpleaños, onomásticos, bautizos, o cualquier otra celebración donde comían lo que llevaba cada familia y tomaban ron o cerveza fría. A veces había baile y también mesas de dominó o de barajas y hasta bolas criollas jugaban hasta de noche. Ángel adoraba a su esposa y él fue el único amor de aquella hermosa mujer.

Sucedió un día en que celebraban un bautizo en la casa de Antonio, dueño de una finca vecina, cuando los dos hombres discutieron con agrias palabras y luego se fueron a las manos, salieron a relucir navajas y botellas. Las mujeres gritaban para que desistieran de la pelea, otros pedían golpes, casi todos bajo los efectos del alcohol, pasada la medianoche, convirtieron una fiesta familiar en un campo de batalla donde un hombre cayó herido en el patio, gritando y retorciéndose del dolor. Los gritos disminuyeron y se convirtieron en llanto. Cargaron al hombre hacia la carretera de tierra, a cincuenta metros de la casa, para detener un vehículo que los llevara a la ciudad, al hospital. No recuerdo más detalles de esa noche pero Ángel desapareció de mi vida.

Mi tía dejó de ir al campo de Ángel Marrero pero yo no dejaba de preguntarle por él porque lo extrañaba. Lo consideraba como un familiar y me preocupaba por su repentina desaparición. Mi tía y yo no estuvimos en la fiesta donde Ángel Marrero hirió de gravedad a uno de sus amigos. Lo curioso es que desde aquel acontecimiento, cada sábado y a veces algún domingo comenzaron las visitas de Vidalina a Cumaná, a mi casa, generalmente al mediodía. Cuando llegaba, nos saludaba a todos con cariño, traía frutas y me abrazaba y besaba, preguntando por la salud y las tareas escolares. Después de los saludos, se encerraba en el último cuarto con mi tía y ahí estaban más de una hora. Cuando salían del cuarto, en ocasiones, yo observaba que habían llorado.

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* Foto tomada por mi sobrina Doryanna Correa y autorizado su uso para esta publicación

Un sábado, cuando ya habían pasado unos tres meses de la desaparición de Ángel, esperé en el comedor que Vidalina y mi tía salieran del cuarto de los fantasmas, como le decían mis hermanos al último cuarto que fue de mi abuela, y les pregunté directamente:

-¿Dónde está mi tío Ángel?, algo me dice que él no está bien, que está sufriendo y siento que está cerca de aquí. En sueños lo veo y hablo con él, a veces creo que está en el patio porque lo oigo silbar, desde los árboles.

-Tu tío Ángel está preso- Dijo Vidalina sin rodeos- Está en la cárcel, ahí mismo detrás del castillo; yo lo visito todos los sábados y a veces los domingos porque no puedo venir entre semana por el trabajo de la chara. Ahí va estar poco tiempo porque, gracias a Dios, Antonio no murió y ya está en su casa bastante recuperado y no lo va a acusar. Así que no te preocupes, Ángel está bien y siempre me pregunta por ti, siempre pregunta si ya tienes novia. El Padre Celso, lo visita y eso lo ha ayudado y cambiado mucho, es otra persona. Los guardias y muchos detenidos lo aprecian y lo respetan.

-¿Cómo puede estar bien si no puede salir a la calle ni puede cuidar sus matas y sus animales?-Pregunté

Estaba algo contrariado porque sentí que me ocultaron la verdad. Ahora comprendí porqué mi tía iba todos los días al cementerio en horas del mediodía y llevaba una vianda en vez de flores. Se ocupaba de llevarle comida al preso, su amigo Ángel Marrero; la cárcel de Mundo Nuevo está al lado del Cementerio general.

-¿Por qué dicen que los guardias y los otros presos lo respetan?-Volví a preguntar a Vidalina.
-Porque él no se ha rendido, sigue trabajando. Al principio colaboraba con el aseo, trabajo que muchos presos hacían de mala gana o se negaban pero él obedeció porque tiene disciplina militar como soldado que sirvió a la patria y la cárcel está a cargo de la Guardia Nacional y algunos guardias lo conocen desde hace años. Ahora se dedica a hacer artesanías con las conchas de coco hace todo tipo de adornos y los vende. Dejó de fumar y ahí no puede tomar cerveza y ha mejorado su salud, duerme más y está aprendiendo a leer el periódico - Respondió la señora Vidalina.

-Me gustaría visitarlo cuando mi tía le lleve el almuerzo- Dije con determinación- Creo que él me necesita porque lo veo en sueños y trata de hablar pero no entiendo lo que dice, siempre lo veo sin camisa, barbudo y sucio.

Las dos mujeres se miraron perplejas. No sabían qué decir. No se esperaban esta conversación y seguramente se sentían culpables por no habernos dicho a todos lo que estaba ocurriendo.

-Hablaré con el Padre Celso-Dijo mi Tía-para que él hable con el oficial mayor a ver si dan el permiso a los niños.

-Deben dar el permiso, ¿acaso los presos no reciben la visita de sus hijos menores? Yo no soy un niño madrina, soy menor de edad pero no soy un niño, yo puedo ir con el Padre Celso, como monaguillo, otras veces he ido con el Padre cuando visita a los enfermos y no dicen nunca que los niños no puedan ver o ayudar a un enfermo- Dije convencido- También puedo ir con su la señora Vidalina, o contigo madrina- Concluí.

-Está bien, hoy mismo hablaremos con el Padre, él tiene influencia en toda la parroquia y si el oficial dice que no, seguro que va a hablar con el Gobernador-Dijo mi tía.

De ese modo logré conocer la razón de la primera desaparición de mi gran amigo Ángel Marrero; la segunda desaparición la conocerán en la segunda parte de este relato que estaré publicando en los próximos días.

Gracias por leerme, espero sus comentarios.

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