Detrás de la colina | Relato corto |

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Imagen original de: Pexels | eberhard grossgasteiger

    Llegaron al claro antes del anochecer, era la zona más alta y despejada en todo el bosque, Antonio lo sabía; un sitio perfecto para mirar hacia el cielo. Él y Sara levantaron las tiendas de acampar, mientras que María acomodaba los telescopios y Oliver encendía la fogata. Para cuando terminaron el firmamento relucía, como un millón de brillantes cuentas sobre un manto negro. Sin dudas aquella noche estaba en todo su esplendor. Pocas cosas le maravillaban más que el juego de luces que crean las lejanas constelaciones y planetas, sin embargo no podía permitirse distracciones ese día, no estaban ahí para contemplar las estrellas.

    —El objeto salió de allá —dijo Sara, señalando una colina al Noreste —, según los últimos cuatro reportes.

    —Vale, en ese caso —si la actividad se concertaba en ese punto necesitaría un par de ojos extra —, María, tú conmigo acá, tu atención hacia el este y registra todo con la grabadora. Oliver, tú encárgate de la transmisión; cualquier variación que notes, por mínima que sea, infórmala.

    Buscar a ciegas nunca le gustó a Antonio, los recursos no le sobraban a su equipo como para estar viajando todo el tiempo a cualquier parte, y ese bosque nunca había sido centro de atención para muchos otros ufólogos, probablemente ellos eran los primeros allí. La decisión de trasladarse fue, básicamente, una apuesta. Muchos lugareños reportaron luces, ruidos misteriosos, incluso desapariciones de animales. «Bien podrían ser solo cuentos de camino —le repetía una voz en su cabeza mientras otra insistía: —¿Y si no? Hay decenas de reportes, demasiados testimonios para ser falso».

    —La verdad está ahí... solo hay que buscarla —murmuró.

    Sin embargo sus ganas de encontrar la verdad disminuyeron progresivamente con el transcurrir de las horas. Nada al Este, nada el Norte, los muchachos estaban agotados, lo veía en sus rostros, no podía culparles, él también comenzaba a sentirse cansado. Quizá no fue buena idea ir a allá después de todo. Quizá debía decirle a su equipo que empacaran y marcharse, al menos así podrían regresar a sus casas antes del fin de semana. Tenía ganas de tomar otro trago de esa bebida con ron, ¿cómo se llamaba? No lo recordaba. Tendría que preguntarle a... «¿A quién?».

    Se sentía mareado, incapaz de recordar nada, y pronto descubrió que también era incapaz de moverse. Comenzó a sentir un dolor en el pecho que rápidamente incrementó y la sensación se esparció por su estómago y vientre. Quiso gritar pero las palabras no le salían; intentó, infructuosamente, moverse, parecía que algo lo sujetaba, sin embargo tampoco podía abrir los ojos para comprobarlo. «¡¿Qué están haciendo?! ¡¿Qué están haciendo?!» escuchó. El tono de voz le sonó familiar ¿Alguien más estaba con él o acaso era su propia voz? No tuvo tiempo para descifrarlo, repentinamente una apabullante tranquilidad lo envolvió.

    Solo cuando intentó tragar despertó, abrió los ojos de golpe; desnudo, con la garganta reseca y los labios agrietados, tardó en entender que seguía en el campamento, o al menos lo que quedaba de él. Las tiendas y el transmisor seguían allí, azotados por el viento y cubiertos por hojas y arena.

    —¿Qué demonios pasó? —dijo, como un suspiro; hablar le dolía.

    Entró a una de las tiendas y cogió un pantalón, una camisa, botas y una botella de agua que vació tan rápido que casi vomita. En ese momento vio, justo a la salida de esa tienda, el brillo del objeto en el suelo. María tenía inscrito a un costado, era su grabadora. Tenía pulsado el botón de grabar, la revisó y encontró cinco grabaciones. Escuchó la primera:

    «Una de la mañana, hemos tenido el primer avistamiento. Tres luces distantes detrás de la colina, donde se han reportado la mayor cantidad de casos». Al fondo escuchó su propia voz sugiriendo acercarse. No recordaba eso. Pasó a la siguiente.

    «Una y... veinte de la mañana; las luces parecen venir en esta dirección. Pudimos... comprobamos que es una estructura en forma de triángulo equilatero». La pobre evidenciaba en su voz lo asustada que estaba.

    «Una y treinta... está justo sobre nosotros. Nuestro jefe de operaciones, Antonio... Antonio Escalante no reacciona, desconocemos si... si es por culpa de la nave o... no lo sé...». La grabación se cortó de golpe, la siguiente duraba pocos segundos y se grabó un minuto después.

    «¡No! ¡No! ¡Por favor!». María lloraba, Sara y Olíver le decían que no se soltara. Sus gritos le causaron un escalofrío a Antonio.

    En la última grabación, que, para su sorpresa, duraba cuarenta horas y se cortó por falta de memoria, escuchó las voces lejanas de Sara y Olíver, parecían estar peleando, pero nadie más hablaba. «¡Vamos, cabrones! ¡No me llevarán así de fácil!», exclamaba este último. «¡Antonio, maldición, reacciona!», gritaba ella. Escuchó un par de golpes y después nada más. Dos días de nada en la grabadora, dos días de silencio total.

 

XXX

¡Gracias por leerme!

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