La novia lejana
Se habían conocido cuando niños. Ella era la hija de un comerciante del pueblo, él un niño más de la calle con algunos problemas de aprendizaje. Tal vez porque los niños no hacen diferencias, se creyeron iguales. Pero eran diferentes y no porque uno tuviera dinero y otro no, sino porque a uno le sobraba vida y en ella, enferma, su pequeño corazón no dejaba de crecer.
Pero la única que no arrugaba la nariz al ver al niño, era ella. La única que no reparaba en sus harapos, en sus pies descalzos, en los nudos prematuros de sus manos; la única que reía cuando lo veía llegar, que pasaba horas jugando a su lado a pesar de su poca inteligencia. Y él era el que, al verla cansada, prefería quedarse a su lado antes que estar saltando o escucharla leer antes que ir a nadar al río.
En el pueblo le echaban broma y él decía que aquella era su novia. Una tarde murió la niña y ya él nunca más fue un niño. Cuando la gente le preguntaba con el tiempo dónde estaba la novia, él, con su cara sucia, miraba hacia arriba y señalaba con el dedo: se fue lejos, como un pajarito, se fue volando al cielo.