La cicatriz
Mientras la muchacha recibía la anestesia, recordó la noche en la que su novio tuvo el primer arranque de celos. En esa época le dio tan poca importancia, de hecho se sintió más amada por aquel que temía perderla. Luego vinieron otros momentos, más furiosos y sin justificación. Una luz roja en señal de alerta se le encendió en el corazón; pero como sucede en esos casos, estaba ciega, alumbrada, enamorada y en aquella voz de alarma no reparó.
La noche del 20 de febrero, cómo olvidarla, pensaba la chica mientras caía en estado de somnolencia; el novio, cegado y furioso, había tomado unas hojillas y con la frase: de nadie serás, solo mía, había atacado cruelmente contra ella. Mientras sus ojos se cerraban y el médico comenzaba su rutina, la muchacha escuchó a lo lejos que una de las enfermeras con voz de pena y ahogada, le miraba el rostro con compasión y decía: Pobrecita.
Con los días y luego de la operación, todos admiraban el resultado de la intervención. No se nota nada, su rostro está como nuevo, se podría decir. Y la muchacha asiente callada porque nadie tiene por qué saber de su sufrir. Su rostro no tiene marcas, no hay huellas, piensa ella, pero quién le opera el alma, donde tiene la más grande cicatriz.