Siempre había sentido una extraña fascinación por la luna. Ella me transportaba a otro mundo oscuro al cual yo sabía que pertenecía y nunca me había atrevido a conocer. O mejor dicho sí, pero nunca quise aceptar. Hoy, sentado en un pequeño bar cerca de donde me hospedo en la ciudad, vino a mi memoria aquel tiempo en el campo, cerca de aquel bosque tenebroso que rodeaba la aldea donde nací.

Muchas historias se tejían en torno a aquellas criaturas oscuras. Sin embargo, era un tema prohibido. Según contaban los más ancianos, habían muchos de ellos en el bosque. Fueron maldecidos por un antiguo chaman y condenados a vagar en las noches de luna llena, cuando con sus aullidos asustaban al mundo y a la vez llamaban a quienes como yo, tenían algo de ellos en el espíritu.

Mi fascinación crecía a medida que iban avanzando los años. Siempre había querido ir al bosque, toparme con ellos y sin miedo alguno, sino más bien con naturalidad.

Llegó el día y me escapé al bosque. Era la medianoche y yo en medio de la oscuridad, sin ninguna clase de miedo. Parecía mi hogar ese bosque que era tenebroso para otros. Y allí los encontré, mis hermanos. Seres peludos y fuertes, con grandes colmillos y mirada penetrante.

Los miré y avancé. La luna llena me bañaba con su luz. Comenzó mi transformación. Mi cuerpo se hinchaba y mi ropa se rompía. Mi piel se llenaba de pelos oscuros. Me sentí libre y me uní a la manada.

Más nunca supe de mi familia en la aldea. Hoy vivo en la gran ciudad y voy a la caza de víctimas que sacien mi hambre de carne fresca, en mis noches de insomnio.

Mi último trago. Es hora de partir, ya viene la medianoche y hay luna llena. Me vestiré de lobo y esperaré mi nueva víctima. Mi alma de lobo lo reclama. Soy libre al fin, ¡soy yo!.