¡Yo vuelvo! (Relato de terror)

El Desastre de Chernobyl.jpg

(Imagen diseñada por mi en canva)

¡Hola, amigos! ¿Cómo están? Como ya ven que estamos en el mes de Halloween y saben que me encanta escribir, estuve pensando en traerles, a lo largo del mes, algunos relatos de terror, así que espero les guste.

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Martín Fuentes era un joven campesino que se levantaba muy temprano para iniciar su jornada en los campos de labranza, le gustaba cultivar la tierra, recoger sus frutos, cuidar de los animales y sobre todo el fresco olor a mastranto que traía la fría brisa matutina consigo, y que se mezclaba con el fuerte olor a café recién colado que le traía su madre junto con el desayuno.

—¿Por qué no le echó leche, amá?

—¡Vaya a ordeñá a blanquita y yo le pongo leche al café, pues!

—Son las cuatro, yo pensé que Felipe la había ordeñao ya —dijo el joven mirando un simpático reloj que tenía su madre sobre una repisa, que además de su característico tic - tac, llamaba la atención por su decoración, pues tenía dibujada la escena de una mujer dando de comer a una gallinita que picoteaba en el piso (con ayuda de algún mecanismo)

—¡Nojombre! Tu hermano se jue como a las tres a penas se paró, y se jué por esa sabana con el amigo suyo y que pa' cazá, pero yo le dije que tuviera cuidao con los espantos porque...

—Será con las culebras que tiene que tené cuidao, y con los vivos. Esas vainas son puros cuentos de camino, amá —respondió Martín, muerto de risa.

—Mire, si quiere café con leche, vaya al potrero a buscala —respondió la madre con un gesto de fastidio. Odiaba el escepticismo de su hijo menor.

—¡Ya voy amá! —respondió el joven tomando un balde que estaba sobre un taburete, y posteriormente se fue cantando una tonada.

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Martín trabajaba en «La Campechana», el hato de Don Juan Miguel Carvajal, rico hacendado, dueño de muchas tierras y hasta buena parte de «El Molino» el pueblo cercano. El patrón era un buen hombre y le tenía cariño a Martín, el capataz era otra cosa, un tipo mandón con ínfulas de dueño que tenía problemas con todos los campesinos por esa misma razón.

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Era Viernes y mientras trabajaban, los peones no dejaban de hablar acerca de una fiesta que tendría lugar esa misma noche en el hato, el patrón los había invitado a todos y habría carne asada, bebidas y baile, por lo tanto estaban emocionados.

—No se duerman el los laureles porque el que no termine a tiempo, se puede ir olvidando se esa fiesta —comentó el capataz con una mirada de arrogancia.

—Aquí todo el mundo tá trabajando, Porfirio, usté no nos está viendo jugando.

—¡A muchacho pa' contestón! No se crea que porque el patrón le tiene cariño, la cosa va sé diferente con usté.

—Porfirio, dejéme quieto que yo estoy tranquilo.

El hombre se marchó, murmurando entre dientes, dejando a los campesinos con la labranza.

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A la hora de la fiesta todo estaba dispuesto, en efecto había música, bailes, comidas y bebidas para todos. Martín no dejaba de bailar con cuanta muchacha bonita veía a su alrededor, e incluso estaba muy feliz porque se había ganado un buen dinero extra en una especie de concurso que había organizado Don Juan Miguel, y pues, Martín fue el único peón en durar más tiempo sobre el lomo de «El cimarrón», un caballo cerrero que habían encontrado en la sabana y que tendrían que domar en los próximos días.

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Cuando la fiesta terminó, bien entrada la madrugada, muchos de los obreros decidieron pernoctar en el hato, en lugar de montar sobre sus caballos y emprender el camino peligroso de vuelta a sus casas.

La mayoría decidió colgar sus hamacas bajó un caney, pero el frío de la noche era intenso y a Martín no le apetecía quedarse allí, por lo tanto giró la cabeza y observó una casucha que estaba a lo lejos, y que era donde los obreros guardaban las herramientas.

Allí había camas, las había visto cada vez que iba a llevar las herramientas, y estaban ahí precisamente para el descanso de los peones que hacían algún turno nocturno, pero estos preferían el caney y hasta los potreros, así que Martín pensó que sería un buen lugar para pernoctar, mucho más cómodo que las hamacas del caney, así que señaló la casucha con el dedo.

—¿Y por qué no nos quedamos ahí? —dijo sonriendo porque intuía la respuesta.

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—¿Estás loco? —dijo uno de sus compañeros—, tú sabes que ahí salen vainas.

—Y ustedes saben que yo no creo en vainas —replicó Martín inflando el pecho con orgullo—. ¡No sean pendejos!

—Hágame caso, Martín —dijo un hombre mayor que los acompañaba—, quédese aquí debajo el caney. Allá sale un aparato muy feo, yo que se lo digo.

—¿Y usté lo vio? —preguntó Martín con una sonrisa sardónica.

—Ojalá no lo hubiese visto, pero ansina jue —respondió el viejo dando una cabezada.

—¡Ah vaina! Vayan a acostase que yo también voy a eso, pero mejó porque voy a dormí en cama y sin frío —dijo Martín mientras se alejaba en dirección a la casucha.

—¡Aquí hay cobijas! —gritó uno de sus amigos, pero Martín le hizo señas con la mano para indicarle que no debía preocuparse.

Cuando él llegó a la casucha y empujó la puerta, ésta se abrió con el sonido chirriante de los goznes oxidados, encendió una lámpara de aceite que estaba encima de un guacal, y avanzó hacia una de las camas que estaba cubierta por un plástico para protegerla del polvo.

—¡Si son pendejos! —dijo negando con la cabeza mientras observaba el paisaje a través de la ventanita junto a su cama.

La noche estaba un poco clara, debido a la luna llena que imperaba impoluta en el cielo, lo que dejaba ver claramente a los árboles que se mecían con la brisa.

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El joven tomó una cobija que estaba bajo la almohada y se acostó en la cama. Tenía sueño y estaba cansado por la jornada laboral y por la fiesta, así que no le costó dormirse.

Martín no supo cuanto tiempo pasó dormido, pero de pronto se despertó al sentir mucho frío. Al abrir los ojos se dio cuenta de que no tenía la cobija, ésta yacía en el piso, como si se hubiese resbalado.

Él la tomó y volvió a arroparse con ella, pero apenas cerró los ojos comenzó a escuchar el sonido de algo que golpeaba el suelo de madera dos veces, y luego se arrastraba. Desconcertado volvió a abrir los ojos y encendió la lampara de aceite para mirar en todas direcciones, pero no vio nada extraño, así que volvió a acostarse, sin embargo dejó la lámpara encendida.

A los cinco minutos, Martín volvió a escuchar el inquietante sonido que parecía acercarse cada vez más, y de pronto hubo un silencio que le resultó mucho más incómodo.

Él no quería admitirlo, pero comenzaba a tener miedo y pronto descubriría que no le faltarían razones para ello, pues a los pocos segundos empezó a sentir que algo, o alguien le acariciaba el rostro con unos dedos fríos de piel reseca.

Martín estaba completamente aterrorizado e intentó abrir los ojos para poder ver a lo que se enfrentaba, pero esa mano fría y rasposa se los cubrió mientras le dirigía una extraña advertencia con una voz susurrante y ronca.

—¡No abras los ojos, porque me ves!

—¿Quien es usté? —preguntó Martín con la voz tomada por el pánico, pero solo obtuvo la misma tétrica respuesta, acompañada por una risa demoníaca.

—¡No abras los ojos, porque me ves!

—¡Ave María Purísima! —exclamó Martín por instinto, pero su expresión espontánea al parecer hizo retroceder a esa cosa, pues el joven dejó de sentir la mano que le cubría los ojos, no obstante no se atrevía a abrirlos todavía.

El muchacho se puso a rezar las oraciones que su madre le había enseñado, mientras escuchaba el mismo sonido de golpes y arrastre, aunque en esta ocasión parecían retroceder en lugar de acercarse, entonces Martín giró la cabeza con dirección a la ventana para abrir los ojos y de esta manera pudo comprobar que estaba ameneciendo.

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El sonido de golpes y arrastre continuaba, entonces tal vez por instinto de supervivencia, o por simple curiosidad, Martín giró el rostro nuevamente con dirección al sonido y de esta forma pudo comprobar la apariencia de ese espectro que había estado acosándolo, reconociendo internamente que tal vez haber abierto los ojos había sido un error, pues difícilmente se le olvidaría aquella imagen grotesca...

Ese ser tenía la apariencia de una extraña mujer, su cabello era negro, larguísimo y le cubría el rostro, pero lo más extraño era su forma de moverse, golpeaba el suelo con las palmas de las manos mientras se arrastraba en reversa, alejándose del joven campesino.

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—¡Jesús, María y José! —exclamó Martín mientras se santiguaba, sin dejar de mirar a la extraña figura que se arrastraba en reversa.

Él seguía aterrorizado, pero lo que estaba a punto de ver y escuchar lo dejó todavía más impactado. Aquel extraño ser levantó la cabeza para mostrar su pálido rostro, mirándolo con unos ojos blanquecinos y feroces. Un par de cuernos comenzaban a crecerle en la cabeza, mientras le dirigía al joven una y otra vez una sólida promesa.

—¡Yo vuelvo! ¡Yo vuelvo!

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Martín se santiguó de nuevo para protegerse, y sin poder contenerse más salió corriendo y gritando de esa espantosa casucha mientras escuchaba la ronca voz susurrante del espectro decir una y otra vez...

—¡Yo vuelvo! ¡Yo vuelvo!

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Bien, amigos, esto ha sido todo por hoy, espero que les haya gustado el relato que escribí. Muchas gracias por su atención y gracias también por su apoyo, nos vemos en otra oportunidad.

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(Imagen diseñada por mi con el editor de canva)

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