Detrás del Telón (Obeck, el dios de la sangre)

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(Imagen diseñada por mi con el editor de canva)

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Algunos días después, en el majestuoso cabaret parisino Moulin Rouge, se encontraban conversando Fred Chassier, François Lombard, Lucas Mabeuf y Faustin Goodrich, los compañeros de Fabrizzio en el orfanato, y actuales miembros de la logia. Los caballeros recordaban su infancia mientras se deleitaban mirando un «can can» que interpretaban las bellas bailarinas en el escenario.


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Hacia ellos se acercó Leonard Leblanc, (anfitrión del cabaret y miembro de la logia) queriendo participar en la conversación, pero Lucas lo evadió, diciéndole que lo que estaban hablando no tenía nada que ver con la orden, se trataba de un asunto personal y que él debería encargarse de lo suyo. Debido a esto, el joven se marchó con el ceño fruncido hacia el escenario donde despidió a las bailarinas en medio de un mar de aplausos de los caballeros presentes....

De pronto, todas las luces se apagaron y una sola se posó en el escenario, mientras Leonard anunciaba a la máxima atracción de la noche. De pronto el telón se abrió, dando paso a Monique. Se trataba de una hermosa cantante de vestimenta atrevida, incluso mostraba el ligero. Su cabello corto estaba adornado con bucles y llevaba un coqueto sombrero de copa alta.

La muchacha se movía en el escenario con tanta gracia que recordaba a un cisne y lentamente se sentó con aire seductor sobre el piano donde acarició con descaro el rostro del pianista. Era dueña de una hermosa voz, tan dulce y seductora que por un momento distrajo la atención de los cuatro caballeros que conversaban entre si.

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—Bien, ya basta de tonterías —dijo Lucas para recuperar la atención de sus compañeros—. Como les estaba diciendo hace un instante, creo que el gran momento se está acercando, al parecer ya falta poco.

—¿Cómo lo sabes? ¿él te lo dijo? —Inquirió Fred con bastante ansiedad.

—Sí, él me lo dijo, aunque no me especificó la fecha —afirmó Lucas.

—Es cierto, sólo él tiene las revelaciones. Definitivamente es un hombre bendecido —añadió Faustin con un brillo especial en la mirada, refiriéndose a Fabrizzio.

—Obéck no elegiría a cualquiera —concluyó François.

Todos estaban conversaban sobre el verdadero propósito de la logia, pues en realidad, Fabrizzio la presidía para complacer al hermano Francesco, aquel monje que él llegó a apreciar bastante, pese a las ocasiones en que lo había hecho trabajar duro junto a los demás niños para sobrellevar la carga del hospicio, porque más tarde se reivindicó con ellos cuando los tomó en cuenta como miembros de su orden, una logia que no llenaba las expectativas de los chicos, pero que sin dudas les había otorgado bastantes conocimientos y poder.

Más tarde, Fabrizzio la restableció bajo los preceptos de «Libertad, Igualdad y Fraternidad» con el fin de cumplir la promesa hecha al hermano Francesco, pero aun cuando constantemente se efectuaban reuniones y los otros miembros estaban conformes con ella y la gestión de su Venerable Maestro, en el fondo, ésta sólo servía de mampara para ocultar otra logia todavía más secreta y oscura...

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Todo comenzó en los tiempos en que Fabrizzio, François, Fred, Faustin y Lucas estaban en el orfanato, era en los días en que el hermano Francesco les proporcionaba libros de masonería. Ellos leían un poco, pero únicamente Fabrizzio se quedaba con los libros leyéndolos hasta muy entrada la noche en la habitación, alumbrándose con una vela mientras el resto de sus compañeros dormía plácidamente.

En una ocasión en que hacían deberes escolares en la biblioteca, Fred señaló un letrero que pendía del techo sobre los estantes, el cual decía:

Sección de ocultismo.

Fred se intrigó con aquella palabra.

—¿Qué quiere decir eso? ¿Acaso ocultan algo entre esos pasillos?

—Desde luego que sí, tonto, eso es lo que significa —contestó Faustin en un tono burlón—, «Ocultismo» está más claro que el agua.

—A mí me encantaría ir a echarle un vistazo a esos libros —comentó Lucas entusiasmado—, pero si ocultan algo allí, no creo que nos lo permitan.

—Nos castigarían si llegaran a descubrirnos —advirtió François con un tono de voz nervioso.

A Fabrizzio también le intrigaba esa palabra, sin embargo decidió no decir nada al respecto, sino actuar, así que tomó a Fred por la muñeca y lo condujo directamente al pasillo, el resto del grupo intentó seguirlos, pero él se los impidió.

—¡No! —espetó de forma tajante—. Ustedes deben quedarse por si viene alguno de los frailes y nos quiere impedir la entrada en esa sección —luego se dirigió a Fred—. Tú me ayudarás a buscar, quizás haya más libros de masonería.

El aludido asintió y siguió a su compañero con el alma en vilo y el corazón latiéndole con fuerza, pues realmente no quería que lo pillaran allí, y mucho menos se quería ganar una paliza.

Cuando estuvieron en aquella sección, los ojos de los dos muchachos recorrieron con avidez todos los lomos de los libros. En los estantes también había letreros que los dividían en pequeñas secciones en los cuales se leían diversos títulos tales como:

Demonología

Registro de posesiones

Sectas

Brujería

Pero uno llamó particularmente la atención de Fabrizzio:

Dioses Paganos

Éste jaló a Fred por la camisa, le mostró el letrero y él lo miró fijamente antes de preguntarle confundido...

—¿Por qué habrán libros sobre demonios en un lugar lleno de religiosos? ¿Qué tipo de dioses serán esos?

—Supongo que están aquí para que ellos los estudien, ya sabes, los religiosos dicen que para combatir el mal hay que conocerlo —respondió Fabrizzio con indiferencia—, y en cuanto a lo de los dioses paganos, no sé nada sobre ellos, pero podemos salir de dudas.

Esta vez comenzaron a mirar los lomos de los libros que contenían diversos nombres, pero el niño rubio de ojos grises se fijó en uno cuyo lomo no tenía título, quizás ésa fue la razón por la cual le llamó la atención.

Lo extrajo del estante, parecía antiguo porque estaba bastante deteriorado. El encuadernado era de cuero negro y en la portada desgastada todavía se podía leer, en letras rojas, el título:

Obéck, dios de la Sangre

Los dos jovencitos se reunieron con el resto del grupo con el libro en la mano, el cual ocultaron entre sus cuadernos para poder sacarlo de la biblioteca sin que los monjes se dieran cuenta. Desde ese entonces, todos se reunían hasta altas horas de la noche a leer el extraño libro en la habitación, hasta Fabrizzio comenzó a perder interés en los libros de masonería y consideraba que ya había aprendido lo suficiente sobre ese tema, prefería dedicar su tiempo a navegar en el extraño universo que guardaba aquel texto.

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El libro trataba sobre un dios babilónico al cual solían adorar mediante la sangre. Según lo que estaba allí escrito, ese «dios» era una especie de vampiro el cual se alimentaba del fluido vital de los seres humanos, pero no lo hacía directamente, sino a través de sus más fieles siervos, estos debían beberla por él, así sentían que se llenaban de la energía de la víctima y se las transmitían a dicha deidad, ella por su parte les ofrecía a cambio éxito, riquezas y todo lo que ellos quisieran tener.

Los chicos estaban fascinados por la lectura, así como intrigados, tanto que vencieron el miedo y se atrevieron a indagar con uno de los monjes acerca del extraño ser, pues hasta donde ellos sabían, solo existía un Dios, y ese libro les hablaba de otro diferente al que habían estudiado en las clases de religión y el catecismo. Ya que los frailes sabían mucho, seguramente tendrían respuestas a sus preguntas, pero evidentemente no les pensaban revelar que tenían un libro de la sección de ocultismo, razón por la cual debían ser cuidadosos en sus indagaciones. Ninguno de ellos quería preguntar nada, de modo que Faustin propuso algo:

—Ya que todos tenemos curiosidad pero no nos atrevemos, ¿por qué no vas tú, Fabrizzio? Eres nuestro líder y además parece que nada te asusta.

El silencio reinó por un momento, pero luego Fabrizzio pronunció las palabras que tanto esperaban:

—Está bien, lo haré.

Esa misma tarde, cuando estaban en clase de religión, Fabrizzio se aventuró a preguntar lo que jamás debió.

—Disculpe, hermano Piero —su mirada era fría, pero su voz sonaba suave, casi tierna—. ¿Es verdad que solo hay un Dios?

El cura miró al muchacho con ojos inquisidores.

—¿Te atreves a dudar de lo que has aprendido en la Biblia, muchacho insolente? Por supuesto que hay un solo Dios que es omnipotente y omnisciente.

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—Yo lo sé hermano —se apresuró a explicar el chico—, lo que pasa es que he escuchado que hay otros dioses a los que la gente les servía en tiempos remoto,s y ya que usted sabe tanto de religión quería saber si me podría explicar...

Pero el fraile no lo dejó terminar, pues cuando Fabrizzio apenas hubo hablado sobre el tema, se le erizaron los vellos de la nuca y lo tomó con fuerza por uno de los mechones de su largo cabello rubio. El niño pataleó por un momento, tratando de zafarse, pero el dolor lo mantuvo neutralizado después mientras el cura, histérico, no paraba de gritarle.

—¡Eres un hereje! ¡Qué el Señor te reprenda, hijo del demonio! ¿Cómo se te ocurre decir semejante barbaridad? ¿dónde escuchaste sobre eso?

Fabrizzio no contestó, no iba a revelarle por nada del mundo la existencia del libro, pero esto enfureció todavía más al hermano Piero que lo llevó a la fuerza hasta el centro de la iglesia, en medio de la mirada atónita de Fred, Faustin, Lucas y todos los demás niños del orfanato.

—¡Te voy a dar tu merecido, muchacho! —dijo el fraile con una mirada furiosa—. Con este castigo podrás purificar tu alma y regresar nuevamente al sendero de Dios ¡El único!

El hermano Piero obligó a Fabrizzio a arrodillarse frente al altar, mirando directamente al enorme crucifijo que pendía del techo, luego mandó a uno de los novicios a que trajera unas tijeras y cuando éste volvió con el encargo, el hombre le ordenó a Fabrizzio que comenzara a rezar la oración del «Yo Pecador» mientras que le cortaba el cabello.

Los mechones caían al suelo al igual que las lágrimas de ira e impotencia de Fabrizzio mientras él se empeñaba en secarlas antes de que los demás las advirtieran, al tiempo que recitaba la oración con rabia.

Después, el cura obligó al muchacho a recoger sus propios mechones de cabello para que se los ofreciera a la imagen de Jesús crucificado, él obedeció a regañadientes, pero sentía que la sangre le hervía y que ya no podría mirar aquella imagen nunca más de la misma forma en que lo había hecho hasta ese momento, pues no entendía qué clase de Dios era ése que lo dejaba sufrir así, sería preferible unirse a aquel que ofrecía todo cuanto pidiese.

Sus amigos no se atrevieron a decir algo al respecto, sabían que era mejor permanecer callados, pero entonces el propio Fabrizzio les dijo que esa misma noche se reunirían para continuar leyendo el libro, los otros ni siquiera comentaron entre ellos lo sucedido y esperaron con ansias a que llegara la noche.

Cuando todos los demás compañeros estaban dormidos, Fabrizzio sacó el libro y se dispuso a comenzar a leer junto a los muchachos, pero cuando abrió la página donde habían quedado, se topó con un dibujo que representaba a la extraña deidad, e inmediatamente quedó pasmado, no tanto por su aspecto, el cual era bastante horrible, sino porque sin duda ya la había visto antes en sueños, entonces Lucas comentó:

—Se parece mucho a ese ser que nos describiste la otra vez. Ése con el que soñaste, ¿recuerdas?

Fabrizzio asintió.

—Lo detallaste tal cual aparece aquí, y además también nos dijiste que él te habló pidiéndote que lo siguieras —añadió Faustin.

Fabrizzio recordó aquel sueño, en realidad lo había tenido más de una vez. En él aparecía una figura con torso humano, pero con cara de murciélago, de la espalda le salían un par de alas del mismo animal. Tenía dedos largos y huesudos.

Era un sueño recurrente, y en él la figura nadaba en un mar rojo que parecía sangre, mientras le pedía que lo siguiera, luego Fabrizzio pudo verse a sí mismo con una bebé en los brazos, estaba rodeado de muchas personas a las cuales no podía verles el rostro, y el extraño ser ahora lo llamaba con otro nombre, pidiéndole además que le entregara a la niña, entonces Fabrizzio la arrojó sin piedad al mar de sangre.

—Recuerdo perfectamente aquella visión, Lucas— respondió Fabrizzio.

Debajo de aquel dibujo había un texto, parecía ser una profecía, la cual dejó a los muchachos con la boca abierta. François tomó el libro entre las manos y comenzó a leer...

Te hablo a ti, Brao, a ti que me escuchaste, a ti que me viste, a ti que no me negarás lo que te pediré. Deberás alimentarme con sangre, con sangre joven, dulce y fuerte, porque el odio es un sentimiento incluso más fuerte que el amor, deberás alimentarme con el vital fluido que cosecharás del odio que sembraste.

¡Bienaventurado aquel que le suministre el bendito alimento a su señor! Porque será recompensado con gloria. Sabrás que eres el Brao, porque podrás reconocerme. Sentirás dentro de ti la necesidad de servirme, entonces yo reinaré sobre todo lo que conoces, reinaré como ningún gobernante que hayas conocido, con cuatro caballeros que me protegerán por encima de todo, y tú serás la corona que me honrará, estarás por encima de esos caballeros que tú mismo deberás elegir. De ti ha de surgir el elegido que será quien me entregue la ofrenda final que me hará volver del largo letargo en que estoy sumido, entonces yo volveré otorgándote la gracia plena y la felicidad que te ha sido negada. Tendrás el honor de ser llamado Brao, porque siempre serás el Bienaventurado y Resplandeciente Amigo de Obéck.

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Todos se quedaron boquiabiertos cuando François terminó de leer la profecía, el silencio reinó por un momento hasta que Fred habló:

—No hay dudas, hermano mío, creo que ese texto se refiere a ti —dijo dándole una palmada amistosa en el hombro.

—¡Es cierto! —confirmó Lucas—, ésa es la misma criatura con la que soñaste.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Faustin—. ¿Vas a servirle? No sé ustedes, pero yo creo que él puede ofrecerte una vida mejor.

Fabrizzio volvió a mirar el dibujo de la deidad mientras mentalmente hacía un breve repaso de su vida, además, también pensó en la imagen de Cristo, a la cual tuvo que ofrecerle sus propios cabellos cortados, ese Dios que lucía maltratado y crucificado ante sus ojos, parecía no compadecerse de él, y por el contrario siempre había escuchado, por parte de los sacerdotes, que Jesús lo iba a castigar condenándolo al fuego eterno cuando lo pillaban robando comida porque la escasa que le daban no lo satisfacía. Así que en ese momento apartó la vista del dibujo y le respondió a Faustin y a sus otros amigos con otra pregunta...

—¿Quieren ser sus caballeros?

Todos pensaron en las penurias que a cada uno les había tocado vivir y en las nuevas posibilidades que se les estaba presentando, de modo que casi al unísono respondieron afirmativamente.

A partir de ese momento, los tres jóvenes, encabezados por Fabrizzio, se dedicaron a reunirse (clandestinamente) para adorar al macabro ser. Fundaron una pequeña cofradía a la cual llamaron Los caballeros de Obéck, la cual perduró con el tiempo, incluso solían reunirse al término de las celebraciones masónicas que tenían con el hermano Francesco.

Valiéndose de cloroformo que obtenían en la enfermería, solían anestesiar a sus víctimas que por lo general eran sus mismos compañeros de habitación, y luego realizaban, con la precisión de un cirujano y con la ayuda de un escalpelo, un pequeño corte en el cuello o en la muñeca. Era lo bastante profundo como para extraer suficiente sangre, pero la herida estaba tan bien realizada que era casi imperceptible.

En el libro se especificaba con exactitud, como los antiguos babilonios extraían la sangre de sus víctimas de aquella manera, y también se indicaba el uso de una planta que debían triturar para crear una pasta que tenía propiedades coagulantes, con las cuales evitaban un derrame excesivo.

A veces los chicos, cuando extraían el vital líquido que fluía por las venas de sus compañeros, lo colocaban en vasijas y posteriormente lo bebían en extraños y espeluznantes rituales en medio del bosque adyacente al orfanato, otras veces preferían beberla directamente de las venas.

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Los caballeros dejaron de pasear por los recuerdos de juventud y Lucas tomó su copa de champán antes de exclamar:

—¡Brindemos, hermanos! Porque definitivamente hicimos una buena elección y no me arrepiento de ello.

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—¡Salud! —dijeron los demás.

—¡Que viva el rey Obéck y su corona! —exclamó Fred con una amplia sonrisa.

—¡Y también sus caballeros! —añadió Faustin, aclarándose la garganta—. Definitivamente hemos sido bendecidos, aunque tuvimos que recorrer un camino largo, pero Obéck nos ha recompensado bien.

Faustin se refería al giro de ciento ochenta grados que habían dado sus vidas cuando abandonaron el orfanato, pues, si bien era cierto que en un principio cada quien debió tomar un camino por separado y solo se veían en las tenidas masónicas cuando les llegaba un telegrama o una carta de invitación al lugar donde residieran en ese momento, y que pasaron mucha dificultades en esa época, al final lograron alcanzar el éxito, Fabrizzio con su empresa itinerante, Lucas como administrador del cabaret donde estaban conversando, Fred como administrador de un hotel de la zona, François como dueño de una tienda de abarrotes, y finalmente Faustin como encargado de una empresa de correo y telégrafos, allí mismo en París.

—Y tendremos más poder y gloria cuando hayamos consumado el sacrificio, dándole la última ofrenda —comentó Fred con una sonrisa maligna.

Lucas asintió.

—No sé cuándo será el día, pero de lo que sí estoy seguro, es que será pronto, él me lo dijo.

En ese instante la conversación fue interrumpida por Robespierre Bienvenue. El alcalde tenía el rostro plácido y estaba manchado con lápiz labial color carmín. Los caballeros dejaron de hablar en cuanto advirtieron su presencia y se apresuraron a saludarlo.

—¡Buenas noches, Robespierre! —dijo Lucas, fingiendo estar complacido de verlo.

—¡Buenas noches a todos ustedes, hermanos! —contestó Robespierre, observando con avidez la botella de champán que yacía sobre la mesa—. ¡Vaya! Pero si están celebrando, ¿podría tener el honor de saber por qué?

—Es por... por... la —titubeó Fred, Lucas se adelantó a contestar por él.

—Porque amamos la vida y las mujeres hermosas, ¿no es así, amigos? —dijo mientras le servía una copa al alcalde.

—Pues entonces yo también brindaré con ustedes —respondió éste, alzando su copa.


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Ecency