Laberinto de la muerte (Releyendo a Octavio Paz)

A propósito del Halloween y el Día de los Muertos (o de los "Fieles Difuntos", como se le dice entre los cristianos), donde han proliferado textos de diferente corte, sobre todo de terror, se me ha ocurrido releer el ensayo "Todos santos, día de muertos" de El laberinto de la soledad (1950), ese recomendable libro del escritor mexicano Octavio Paz (Premio Nobel de Literatura 1990), y presentar un mural de citas –brevemente comentadas– con sus reflexiones sobre la muerte, que conforman dicho ensayo.


Imagen de Armando Orozco en Pixabay


Como el libro aborda líneas centrales de la identidad y cultura mexicana para llegar a ideas más universales, no puede dejar Paz de reconocer el valor de las festividades en México. Destaco dos afirmaciones, pero no me detendré en ellas pues su contenido escapa al tema de mi post, pero vale la pena citarlas: "Somos un pueblo ritual", "Las fiestas son nuestro único lujo". Tales afirmaciones están referidas a las prácticas comunes mexicanas (aunque podrían extrapolarse a los pueblos latinoamericanos) en honor a la Virgen de Guadalupe, al día de la Independencia, entre otras, pero especialmente a todo lo relativo al Día de Muertos.

Al entrar a considerar el asunto fundamental de su ensayo, formula Paz –como es parte de su estilo– una idea-imagen:

La muerte es un espejo que refleja las vanas gesticulaciones de la vida.

Se establece una relación refleja entre muerte y vida, en la que ambas parecen condicionarse. Si la vida está hecha de vanidades (ya lo decía el conferencista del Eclesiastés), la muerte de algún modo responderá a esa realidad. De donde otra de sus afirmaciones: "La muerte es intransferible, como la vida". Nos tocaría entonces una muerte que se correspondería con nuestra vida; es ese "morimos como vivimos".


Fuente


Como buen conocedor de las culturas primordiales, en su interés filosófico y antropológico, el autor llama la atención acerca la concepción de esa relación en aquellas, y así plantea una consideración muy relevante:

Para los antiguos mexicanos (entiéndase los pueblos prehispánicos, acoto yo) la oposición entre muerte y vida no era tan absoluta como para nosotros. La vida se prolongaba en la muerte. Y a la inversa. La muerte no era el fin natural de la vida, sino fase de un ciclo infinito.

Los pueblos nahuas y mayas tuvieron una cosmovisión en la que religión y destino se juntaban. Para ellos vida y muerte formaban parte de un ciclo permanente de nacimiento y destrucción, y la muerte por el sacrificio se concebía como un modo de prolongar la vida al nutrir este la continuación del ciclo cósmico marcado por el Sol. Y sigue diciendo:

Nuestros antepasados indígenas no creían que su muerte les pertenecía, como jamás pensaron que su vida fuese realmente "su vida", en el sentido cristiano de la palabra.

Por eso, pues, la ligazón estrecha entre la suerte de la vida colectiva y lo trazado por los dioses, cuyas intenciones había que descifrar, y se estaba sujeto a esos designios que el tiempo iba marcando, más allá de la voluntad propia. De allí los calendarios civiles y rituales, el sentido premonitorio, etc.


“Gran escena de la muerte” (1906), del expresionista Max Beckmann Fuente


Pero apunta Paz que esta concepción va a ser modificada radicalmente con el advenimiento del catolicismo, que se impondrá con la conquista y colonización española. Apunta:

El sacrificio y la idea de salvación, que antes eran colectivos, se vuelve personales.
(…)
Para los antiguos aztecas lo esencial era asegurar la continuidad de la creación; el sacrificio no entrañaba la salvación ultraterrena, sino la salud cósmica; el mundo, y no el individuo, vivía gracias a la sangre y la muerte de los hombres.

Ahora bien, Paz desentraña una nota común entre ambas actitudes (la prehispánica y la cristiana) aparentemente opuestas, pues encuentra en ellas un sentido que lleva de la muerte a la vida; así resalta:

La vida sólo se justifica y trasciende cuando se realiza en la muerte. Y ésta también es trascendencia, más allá, puesto que consiste en una nueva vida.

Si en ambas concepciones la significación estaría dada por valores que las sobrepasan y las dirigen, vinculados a lo sagrado o ultraterreno, en la visión de la muerte moderna esto no ocurre, pues no pareciera haber una significación que las trascienda, siendo vista simplemente como "el fin inevitable de un proceso natural".

No obstante, aun siendo "un hecho más", la muerte nos desagrada, nos incomoda, y se trata de quitar del medio.

En el mundo moderno todo funciona como si la muerte no existiera. Nadie cuenta con ella. Todo la suprime.

Todo el aparataje civilizatorio moderno parece dirigirse a obviar su presencia o dominar su amenaza, a "exorcizarla".


"Vida y muerte" (1910-15), de Gustav Klimt Fuente


Pero la muerte, ya no como tránsito, sino como gran boca vacía que nada sacia, habita todo lo que emprendemos.

La supuesta indiferencia ante la muerte esconde o camufla una cierta seducción que ejerce en nosotros: "la muerte nos atrae". Es esa fascinación la que se manifestaría en todo este desafuero festivo, en ese exceso simbólico en que la muerte queda solo como "una mueca espantable".

Son muchos los intersticios de lo abordado por Paz y de los que pueden desprenderse inquietantes reflexiones, pero no quisiera cansarlos más. Para ello terminaría con unas consideraciones que estimo importantes:

El respeto a la vida humana que tanto enorgullece a la civilización occidental es una noción incompleta o hipócrita.

El culto a la vida, si de verdad es profundo y total, es también culto a la muerte. Ambas son inseparables. Una civilización que niega a la muerte, acaba por negar a la vida.

En este libro de Octavio Paz, publicado por primera vez en 1950, se vislumbran indicios de lo que hemos ido siendo en gran medida. Sus reflexiones, indudablemente, cobran gran vigencia y reclaman una necesaria atención nuestra.

Referencia bibliográfica:

Paz, Octavio (1984). El laberinto de la soledad (13ª reimpresión). México: Fondo de Cultura Económica.


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Gracias por su atención.


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