NADIE LO VEÍA CORRER por el frondoso bosque. Entre los árboles era viento jugando con las ramas; como el pájaro cantaba y se escondía cuando pasaba el gavilán. Tenía catorce, pero era un niño, podría decirse que de siete; podría decirse que tenía dos vidas; la que llevaba en cama después del accidente y la que llevaba en algún rincón del subconsciente, después de escuchar que ella quedaría en vida vegetal para siempre.

     Nadie sabía que la segunda vida le daba vida a la primera. Su familia se turnaba para atender la casa porque su madre tenía siete años en el cuarto, a su lado, viviendo su vida vegetal; ella escuchaba su respiración; sosegada y se sosegaba; agitada y se agitaba, asumía su ritmo para sentirlo en medio de toda su naturaleza. Algunas veces escuchó su silbido, se adelantó a sus gritos, celebró la multitud de pasos como si supiera que él corría con los animales; eso la hacía feliz, pero no dejaba de pensar en que él no estaba yendo a la escuela, en que no tenía amigos, en que jamás lo llevaría al cine.

     Con siete años, él había tenido todo lo que a la madre entristecía, escuela y amigos, cine y diversión; ahora estaba allí, en cama, con siete años nuevos, en los que había aprendido a conocer el bosque; había hablado con la naturaleza, corrido con ella; ahora conocía lo que siempre soñó cuando tuvo sus primeros siete años; se sentía vivo.

     Pero ya no podían mantenerse así. Había que desconectar el cable.

     El esposo se negó porque sentía la culpa del accidente. Fue la hija la que prestó la mano para que su madre terminara de descansar en paz. Al hacerlo, el bosque enteró se sacudió, ni los pájaros ni el viento hallaban lugar; la naturaleza perdía a uno de los suyos. La madre, milagrosamente volvió a abrir los ojos después del accidente que la mantuvo en vida vegetal; a su lado, el pequeño seguía metido entre sus brazos, pero empezaba a tomar la forma de un árbol seco.

     NOBODY SAW HIM RUNNING through the leafy forest. Among the trees he was wind playing with the branches; like the bird, he sang and hid when the sparrow hawk passed by. He was fourteen years old, but he was a child, you could say he was seven; you could say he had two lives; the one he had in bed after the accident and the one he carried in some corner of his subconscious, after hearing that she would remain in plant life forever.

     No one knew that the second life gave life to the first. His family took turns taking care of the house, because his mother was also seven years old in the room, next to him, living her vegetable life; she listened to his breathing; calm and calmed,; agitated and agitated, she assumed his rhythm to feel it in the midst of all its nature. Sometimes she would listen to his whistles, anticipate his cries, celebrate the multitude of footsteps as if she knew he ran with the animals; that made her happy, but she kept thinking that he didn't go to school, that he had no friends, that he would never take her to the movies.

     At seven years old, he had had everything that made his mother sad, school and friends, movies and fun; now he was there, in bed, with seven new years, in which he had learned to know the forest; he had talked with nature, run with it; now he knew what he always dreamed of when he was his first seven years old; he felt alive.

     But they could no longer stay that way. The cable had to be disconnected.

     The husband refused because he felt the guilt of the accident. It was the daughter who lent her hand so that her mother could rest in peace. When she did so, the whole forest shook, neither the birds nor the wind could find a place; nature had lost one of its own. The mother miraculously reopened her eyes after the accident that kept her in vegetal life; next to her, the little one was still tucked in her arms, but he was beginning to take the shape of a dry tree.