Ella abrió los ojos y se encontró en un lugar frío, solitario y silente. Se levantó y notó que no podía sentir nada. No podía escuchar latir su corazón, ni sentir el dolor corporal que desde hace años la acompañaba. Camino unos pasos y frente a ella se atravesó una figura alta que se fue aclarando lentamente.

Desplego unas preciosas alas y le dijo con voz fuerte y resonante:
-¿Estás lista para responder las 3 preguntas que te darán el paso a la eternidad?-

Ella se sintió aterrada. Recordó que hace muchos años, hace 50 años aproximadamente, conoció al que sería su primer amor. Un amigo más de esa época en que se iniciaban las redes sociales, cuando no importaba entregarle tu corazón a un amor platónico que estaba a miles de kilómetros de ti. Cuando un “Te Amo” venia representado por un pequeño emoji que te lanzaba un beso y podías sentirlo realmente como la palabra y el gesto de amor más sincero.

Aunque ambos sabían que era imposible amarse, siguieron adelante cultivando sentimientos que solo traerían lágrimas y decepciones. Diferente país, diferente continente, costumbres, creencias, idioma y sobre todo religión. Aprendieron mucho el uno del otro y se juraron amor eterno. Él un poco más consciente de su realidad, le explicó que en esta vida no podría amarla como ella merecía, pero que el día que se le presentara el ángel de la muerte debía responder 3 preguntas que le haría y así pasarían a vivir su amor profundo en la eternidad. En ese momento ella no lo entendió, pero igual prestó atención a la explicación de las preguntas y respuestas y aprendió aquel misterioso pasaje religioso.

Cuando su relación terminó, después de 2 años, por los compromisos familiares y religiosos que él tenía de un matrimonio arreglado desde que era un niño, ella olvido todo. Le fue muy difícil olvidar ese amor que se había adherido a su pecho. Pero con mucho esfuerzo logró superarlo. Como todos los adolescentes que superan su primer corazón roto.

Ella conoció otro amigo. Buen hombre, de buenos principios, con un buen plan de vida. Parecía ser el indicado, así que abrió su corazón y se dejó enamorar. Se casaron, se amaron con locura y formaron una bella familia. Lo tenían todo y vivían a plenitud. Así envejecieron juntos y vieron crecer sus hijos, sus nietos, sus raíces se fortalecían cada día con el amor que se daban. Ella enfermó y ahora se encontraba cara a cara con el ángel de la muerte.

El ángel lanzó la primera pregunta. Ella sin dudarlo la respondió, las palabras salieron de su boca como agua de manantial, no tuvo ni que esforzarse. Cerró los ojos y pensó en su vida, en todo lo que le costó formar las bases de su felicidad. El ángel sin esperar mucho asintió con su cabeza dando la aprobación de su respuesta y dijo la segunda pregunta. Ella trató de no responder, pero recordó que aquel que le juró amor en la eternidad le dijo que, de no responder correctamente, se quedaría en el limbo donde van las personas que son de una religión diferente. Mientras recordaba esto iba diciendo la siguiente respuesta a la que el ángel daba una vez más su aprobación.

Estaba a una respuesta de conseguir pasar a la eternidad. El ángel dijo su última pregunta esperando que respondiera para recibir su alama en el paraíso, cuando ella dio un fuerte grito.

-No puedo hacer esto, no puedo pasar a una eternidad donde el verdadero amor de mi vida no va a estar. No puedo olvidar a el que estuvo conmigo en las buenas y malas, al que me dio todo para que pudiera ser feliz y que aún sufre porque me extraña. Cambiarlo todo por un juramento que hice con el que hace más de 50 años hizo su elección de no pasar su vida conmigo. Me quedaré y construiré mi propia eternidad con quien realmente me amó y me amará.-

El ángel despego en vuelo, y ella cerró fuerte los ojos por el aleteo. Cuando abrió nuevamente los ojos se encontró en su cama, temblando, empapada en sudor y lágrimas. Giró su cabeza y ahí estaba su amor dormido. Se acercó lentamente y lo abrazó susurrándole: No te cambiaría por nadie ni en esta vida ni en ninguna.