El Noctámbulo (Capitulo 19: Recuerdos de un asesino)

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La novela contiene narración gráfica de asesinatos e imágenes fuertes, por lo que se recomienda discreción. Apto para mayores de edad.

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Benedict pasó a la sala de interrogatorios y se sentó tranquilamente, mientras abría su libreta y escribía lo que parecía un subtítulo. Adelphos ya estaba allí, inmovilizado gracias a las esposas que lo sujetaban a la mesa, mirando todo lo que Benedict hacía, casi sin parpadear.

—De primera mano, quiero saber si hablarás o no —dijo el detective sin alzar la vista.

—¿Por qué no? Me encanta hablar, además, hable o no, de todas formas me van a colgar.

—Lo que me interesa es saber el móvil. El método que usaste para matarlas ya lo supe por el forense. Quiero saber por qué.

Adelphos paseó su mirada perdida por el techo, en un gesto muy raro, y se puso cómodo tras un suspiro.

—Para eso creo que debo remontarme a mi niñez...

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Adelphos y Adrian eran hijos de un matrimonio griego que había arribado a Liverpool a eso de 1820, y el cuál, se había establecido con una empresa de textiles.

A medida que los gemelos crecían, Apolline, la madre de ambos, iba notando cambios en uno de sus pequeños, a raíz de la muerte de Dion Georgiou, su esposo.

Adelphos, tenía por costumbre la caza de animales para su recreación, como conejos o gatos, y un día en específico hizo llorar a Adrian, debido a que había decidido darle caza al perro de la familia.

Lo que Apolline había tomado por travesuras de niño, se fue transformando en algo monstruoso, y ella no tardó en darse cuenta de que estaba equivocada pues, a medida que ambos gemelos crecían, se hacían más evidentes las dotes de Adrian para los negocios y las artes, y el comportamiento errático de Adelphos.

No era un muchacho estúpido en lo absoluto, pero sí era descuidado e impertinente, su forma extraña de ver las cosas y su comportamiento raro, asustaba cada vez más a los empleados de la casa, y a las visitas que tenían.

En una ocasión, una de las mucamas salió corriendo y gritando luego de darse cuenta que, por horas, había sido observada por Adelphos que estaba semi oculto detrás de una gruesa cortina, sonriendo de forma dantesca, con un cuchillo entre las manos.

Apolline ya era la comidilla de la sociedad, las personas rumoraban que ella no sabía cuidar de sus hijos y que su falta de carácter había hecho que Adelphos se descarriara.

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Con la esperanza de que quizá un nuevo compromiso matrimonial y el asumir responsabilidades de una vez por todas le llevara a una vida decente, y tranquila (ya había tenido intentos fallidos de compromiso) Apolline, orilló a su hijo menor a conseguir una novia nuevamente, aunque no lo vio muy entusiasmado con la idea, como de costumbre.

El joven le había dicho resueltamente que estaba interesado en la hija de unos campesinos y que era a esa chica a la que quería.

Hubo una gran discusión al respecto y al final, el joven salió de la casa.

Adelphos había visto a Stella Fletcher en la plaza principal de la ciudad, y desde ese día, pasaba largas horas siguiéndola. Se había «prendado» de ella pero no se atrevía a abordarla por timidez.

Pasado un tiempo, se dio cuenta de que «su Stella» realmente tenía amoríos con un desgraciado e indigno pobretón, un hombre sin futuro que ofrecerle. Entonces, sintió una rabia desmesurada ¿cómo se atrevía ella a hacerle eso?

La abordó finalmente para hablar con ella y pedirle explicaciones, a lo que la muchacha, lógicamente, reaccionó con recelo y hasta miedo y decidió alejarse corriendo.

Adelphos no lo dejaría pasar, así que como otrora hacía con los pequeños animales de los alrededores de su casa, se preparó y esperó a su querida Stella...

La llevó a un granero cercano, tapando su boca y una vez más, intentó explicarle que era un error su relación con aquel tipo, pero ella solo forcejeaba y gritaba, haciéndole perder la paciencia... terminó apuñalándola con su ya conocido juguete, pero eso no paró ahí.

Tenía que demostrarle al mundo que nadie podía reírse de él, entonces decidió que recrearía algo que le había gustado mucho luego de leerlo en un libro... El águila de Sangre...

Tomó a la agonizante joven y le abrió la espalda desde la columna vertebral, cortando y abriendo las costillas de forma que parecían alas manchadas de sangre, y sacó los pulmones.

La colgó de un gancho a la viga del techo, la ató y salió de ahí rápidamente. Cuando llegó a la sombra, oyó un ruido a sus espaldas. Un jovencito moreno miraba hacia su dirección. El hombre sonrió y se perdió en la espesura de la noche, rumbo a su hogar.

Desde ahí, la familia se mudaba a otras ciudades, incluso a otros países para ocultar las fechorías del incontrolable Adelphos, hasta que Apolline se cansó tras otro fallido intento de encontrar una esposa digna y decidió recluirlo en el asilo mental.

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—Mi pasatiempo preferido... cazar —respondió Adelphos mirando con un aire de sorpresa permanente (su expresión habitual) a su interlocutora, su prometida.

—No me sorprende, la caza es uno de los deportes más predilecto entre los caballeros —comentó la joven dándole un sorbo a su café, incómoda ante la mirada de Adelphos que vigilaba cada pequeño movimiento que ella hacía.

—Esa sensación de poder es extremadamente excitante, pero yo no soy solamente un cazador, soy un artista. Disfruto el proceso de perseguir y atrapar a una presa y montar grandes obras de arte con ellas o esculturas geniales, aunque últimamente comprendí que las mejores obras, son las inspiradas en la mitología griega —dijo luego de darle una inhalada a su pipa.

La manera en la que hablaba le hizo tener a aquella joven la fea sensación de que algo en su relato no estaba bien ¿cómo podía representar esculturas griegas con cadáveres de animales? ¿Quién haría eso?

Cuando iba a tomar un panecillo de la charola, éste cayó al suelo y cuando se inclinó para tomarlo, sintió que su cuerpo temblaba, entendió claramente que él no se refería a animales...

Adelphos estaba sentado cómodamente en un sofá cubierto por unas sábanas de seda, decoración extraña a los ojos de la muchacha, aunque pensó luego que se trataba de algo cultural. Ella tomó asiento en el sillón junto al sofá y justo en el momento en el que se inclinó y estiró para tomar el panecillo, entendió la verdadera función que cumplía la sábana que cubría el sofá. No era decoración, debajo de éste asomaba una mano sanguinolenta.

Se detuvo en seco y su cuerpo tembló, pero decidió aparentar normalidad, así que tomó el panecillo y lo dejó sobre una servilleta en la mesa y se esforzó en mirar a Adelphos y descubrió con pánico que él tenía la mirada fija en la mano que asomaba debajo del sofá.

Él lentamente subió la mirada hacia ella y sonrió.

—Descuida, querida mía —dijo haciendo un gesto con la mano para restarle importancia, mientras, con el talón, empujaba la mano dentro de las sábanas bajo el sofá—, aquí no ha pasado nada.

Ella empezó a temblar, el verse descubierta no la ayudaba a mantener la calma.

—¿Qué pasa? Pareciera que hubieses visto un muerto, mi querida Margaret—dijo y rió de su propio chiste.

La joven comenzó a soltar lágrimas de miedo.

—¿Por qué todos me ven así? ¿También crees que estoy loco? Eres otra perra más que se cree superior ¿no es así? —explotó mirándola con ira.

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Por toda respuesta, ella gritó y corrió mientras él lentamente se levantaba e iba tras ella.

La muchacha daba tales gritos que no tardaron en acercarse los empleados del servicio, sin embargo, se volvían a perder tras las puertas al ver a Adelphos.

—¡Ayuda! ¡Ayuda, por favor!

Se tropezó con alguien que la contuvo y empezó a gritar como histérica al verse en los brazos de Adelphos, pero al volver la cabeza atrás, se dio cuenta de que Adelphos se acercaba por el pasillo con garbo y una sonrisa amenazante. Quien la contenía, era Adrian.

—¡Ayudame! ¡Ayúdame, por favor!

Apolline también apareció.

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—Madre, llévela a su casa por favor, yo contendré a Adelphos —dijo Adrian caminando hacia su gemelo que empezó a forcejear con él, mirando a Margaret con los ojos inyectados en sangre.

—Mi querida, no le comentes esto a nadie, te lo suplico, yo personalmente me encargaré de Adelphos, ya esto es insostenible — le decía Apolline a Margaret mientras la llevaba fuera de la casa.

La muchacha asintió, lo único que quería era salir de ahí.

Esa tarde, Adelphos hacía su ingreso en el hospital psiquiátrico y el poco equilibrio que quedaba en su mente, se fragmentó en mil pedazos. Hospital donde permaneció recluido varios meses.

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—¿Está seguro de lo que hará, señor? —le preguntó el mayordomo de la casa a Adrian una noche.

—Es mi hermano, Alfred, no puedo abandonarlo en esas condiciones mientras esa impía disfruta de su nueva libertad, al no tener que estar al pendiente de Adelphos —dijo Adrian refiriéndose a su madre que reía a carcajadas con los invitados de su fiesta. El hombre contempló su vaso y posteriormente bebió el contenido de un trago.

—Tengo miedo de lo que pueda pasar, señor, lo admito —dijo Alfred mirando a Adrian.

—¿Le temes a Adelphos? —preguntó Adrian dejando su vaso sobre la mesa más próxima. Alfred no contestó.

—Sabes que te aprecia y no te haría daño, así como nunca nos hizo daño a la zorra ni a mí —dijo con amargura al oír nuevas risas desde el salón—. Alfred, ¿querrás ayudarme con el plan?

—Con toda seguridad, señor —contestó el hombre.

—A partir de ahora, no podrás cuestionar mis decisiones ni alejarte de mí, si vas a ser cómplice, no podré permitir que te alejes.

—Lo entiendo, señor y no tengo la intención de alejarme, créame.

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Esa madrugada, Apolline se preparó para dormir, se dio un baño caliente y volvió a la habitación en penumbras. Tambaleándose producto de la ebriedad, empezó a caminar hacia su cama.

Se paró en seco cuando se dio cuenta de que, en su cama, había una silueta sentada. Afuera Tronaba y relampagueaba y fue uno de esos relámpagos que la hizo sacar de la duda. Era Adrian.

—¡Ay, mi pequeño! Has asustado a mamá —dijo ella caminando hasta él.

—Apestas a alcohol —dijo Adrian.

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—Fue solo un par de copas, nos divertimos mucho, no obstante, quiero mi cama caliente, estoy muy cansada —dijo la mujer.

—Quieres tu cama caliente... —dijo Adrian—. Ten, madre.

Le extendió una carta.

—Amor mío, estoy muy cansada, mejor la leeré mañana —dijo Apolline.

—Insisto porque mañana no podrás.

—Estoy cansada, mi Adrian —dijo la mujer sentándose junto a su hijo y abrazándolo—, la leeré mañana.

Hubo un breve silencio interrumpido por los truenos y la lluvia torrencial que comenzó a caer.

—Yo no soy Adrian —dijo de repente haciendo que la mujer se quedara paralizada.

—A... ¿Adelphos? —preguntó con un hilo de voz, soltándolo lentamente.

—Mmmhu

Para cuando la mujer se hubo separado del todo, un relámpago iluminó la habitación y Adelphos la miraba sonriendo ampliamente, asustándola.

—Soy el hijo del que te deshiciste. No te servirá de nada correr, mami, afronta tu destino.

Adrian oyó los gritos desgarradores desde su habitación, su madre lo llamaba ¿No había entendido que era él quien había sacado a Adelphos del hospital para su venganza? ¿Por qué si era tan egoísta, lo estaba llamando?

Los empleados habían visto llegar a Adelphos por la puerta grande, pero nadie le había avisado a la finada dueña de la casa porque no querían problemas. Ahora oían los gritos de auxilio de la señora, pero no se atrevían a intervenir, el pánico que sentían por Adelphos, no tenía precedentes.

Cuando los gritos cesaron, Adrian fue hasta el cuarto de su madre y tocó la puerta.

Adelphos abrió la abrió, cubierto de sangre casi por completo.

—No entres o perderás el apetito de por vida —dijo con la mirada perdida, luego caminó por el pasillo rumbo a su cuarto.

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Adrian, en efecto, no quiso entrar pero más tarde supo por Alfred que la señora de la casa, estaba totalmente irreconocible. Adelphos la había atacado salvajemente con una daga.

Adrian ideó un plan de por vida para otorgarle la felicidad a su hermano. A partir de ese día y habiendo llegado a Bulgaria, Adelphos (siempre que fuera prudente) podría salir a «cazar» por las noches a mujeres y matarlas en la casa para su recreación, mientras tanto, Adrian actuaría como si fuese hijo único de una gran familia y daría la cara en la sociedad para alejar las sospechas de Adelphos.

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Cada cierto tiempo se mudaban a otro país cambiando de nombre, así que Adrian sacaba identificaciones falsas para hacer las compras de las propiedades en los países próximos.

Al saber sobre la venta de un palacete en Inglaterra, precisamente con pasadizos secretos, pensó que probablemente ésa sería la oportunidad de asentarse en un solo lugar sin necesidad de que Adelphos dejara su actividad que le ayudaba a no descontrolarse del todo y que además, le proporcionaba tanta satisfacción.

Hicieron todo lo que debían para poder volver a Inglaterra. Entraron a Londres discretamente para no llamar la atención y una vez en la casa, se dispusieron a revisar los planos y a aprenderse cada pasadizo. Alfred, que era londinense, les ayudó a ubicarse bien en la ciudad.

Adelphos pasó varias noches recorriendo Londres para aprenderse las calles, los atajos, las rutinas de las mujeres de la ciudad y empezó a matar a las primeras jóvenes de forma rápida pero letal. Su intención era matar pero siendo prudente. La diversión era poca, pero debía ser así para ir perfeccionando su técnica.

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Cada vez fue tardándose más porque ya había trabajado en cómo podía ganar más tiempo para matar sin ser descubierto.

Los gemelos habían ocupado la casona sin que nadie lo advirtiese, entrando y saliendo cuando debían, por un pasadizo bastante largo que conectaba la propiedad con una casucha en East End. Sin embargo, la policía londinense había comenzado a reportar asesinatos varios de mujeres jóvenes y habían solicitado la ayuda de un detective de Liverpool, motivo por el cuál, Adrian había trazado el plan de salir furtivamente de la ciudad y entrar con lujosos carruajes y equipaje para hacer creer que había llegado mucho después de los asesinatos y así librarse de sospechas, y por consiguiente evitar que llegasen a su hermano, el verdadero responsable de las muertes.

La razón por la cual Adrian había decidido dar a conocer su estadía en la ciudad, era porque si alguien descubría, por casualidad, que el palacete estaba ocupado sin que los inquilinos hubiesen anunciado su presencia, esto generaría sospechas, y la gente se haría todo tipo de preguntas de cómo llegaron ahí y cuándo, o porqué habían llegado clandestinamente y por eso, la policía podría llegar a investigar. Adrian quería proteger a Adelphos a toda costa y a veces, estar a la vista era la mejor manera de esconderse.

Llevar a cabo el plan no era cosa tan sencilla puesto que Adrian debía comprar un par de carruajes y reclutar suficiente gente para el servicio, es por ello que su gran entrada se postergó hasta después que el detective llegara a Londres.

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Ambos gemelos, involucrados en su propia versión del vampirismo, tenían la extraña costumbre de beber sangre una vez al día y habían planeado hacer un sacrificio para tener juventud eterna pues, pese a aparentar mucha menos edad de la que tenían, les aterraba envejecer y de hecho atribuían al vampirismo, su apariencia joven.

Adrian mandó a construir una pequeña «iglesia» en las mazmorras con un arquitecto y obreros, haciéndoles firmar un contrato de discreción, y se pusieron manos a la obra. Sin embargo, una vez acabada la construcción, todos fueron asesinados y sirvieron de alimento para los perros guardianes.

Adelphos secuestró a una jovencita caucásica (así debía ser la muchacha) con la que se había obsesionado, para su sacrificio de eterna juventud. Adrian, por su parte se prendó de Julieth, era perfecta para el ritual y había contado con la suerte de que moviendo algunos hilos, la tendría a su merced sin necesidad de usar la fuerza para ello.

En cuanto a los asesinatos perpetrados por Adelphos, con Hortensia Chassier, luego de que ésta se asustara con la actitud de él y pretendiera marcharse o hacerlo echar, éste sacó una soga que tenía guardada y la estranguló con ella. Una vez hubo terminado, miró el cuerpo con decepción.

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Para nada era su forma favorita de matar, había sido extenuante y sobre todo aburrido. Le puso una libra esterlina dentro de la boca al cadáver como había hecho con las otras y se dispuso a colgarlo simplemente para divertirse, aunque como sabía que un famoso detective estaba de camino a Londres desde Liverpool, terminó decidiéndose por intentar hacer pasar el incidente por un suicidio.

En su diario, escribía con detalles cada asesinato, jactándose de cometer los crímenes perfectos.

El gran éxito de El Noctámbulo, radicaba en que él usaba uno de los pasajes de las mazmorras, el que conectaba con la casucha en el East End, por lo que Adelphos podía entrar y salir de la propiedad sin que nadie lo supiera, a veces acompañado por Adrian o Alfred para ayudarlo.

Alfred ubicaba un carruaje en una zona estratégica para facilitarles la huida en caso de que fuesen perseguidos. Mientras que Adelphos era el verdadero perpetrador, Adrian se vestía de El Noctámbulo para servirle de distracción a su hermano, si este se veía en aprietos. En otras ocasiones, simplemente se arreglaba y se dejaba ver algún bar o fiesta mientras El Noctámbulo mataba, de esta forma, libraba el nombre de Nicolai Petrov de toda sospecha.

Alfred tomaba parte en ayudar y mantener el silencio. Vigilaba a los empleados y se encargaba que todo estuviese en orden. En el secuestro y asesinato de Agatha Porter, Alfred había ido con Adelphos a dar una vuelta a caballo para estudiar una zona nueva, contando con la gran suerte de ver a lo lejos a la muchacha, Adelphos le dijo a Alfred que cabalgara rápido hacia ella y cuando estuvo cerca, la apresó entre sus brazos con mucha fuerza y la subió al caballo.

La muchacha se resistía pero aun así, lograron llegar al lugar previamente asegurado para la próxima víctima.

Adelphos había reconocido en Benedict Jonah Fletcher al pequeño hermano de su Stella. Lógicamente había crecido, pero sus rasgos aunque más maduros, eran muy parecidos a los que tenía de niño.

Decidió entonces recordarle la muerte de su hermana amada, e hizo correr a esa pobre infeliz, la misma suerte que Stella Fletcher. Posteriormente se fue con Alfred a la casa.

A los empleados se les alimentaba lo suficiente para que pudieran realizar sus labores, pero no por ejemplo, correr y pelear, además se les privaba del sol para que desarrollaran foto-sensibilidad y de esta forma evitaban que quisieran escapar y delatarlos, además del miedo de ser devorados por los perros guardianes.

El día que fue a darle el susto a Julieth Horan, trepó por la pared y esperó un descuido de algún guardia y en efecto, el que estaba bajo la ventana de la muchacha, se movió de lugar y él aprovechó la oportunidad de hacer lo suyo y vaya que resultó. Julieth dio tales gritos que alertó a todos. Él corrió y se perdió en la espesura de la noche, ya luego solo Adrian debía ir a decirle a Dominic Horan que debido al «intento de asesinato» que había sufrido Julieth, sería mejor casarse pronto ya que El Noctámbulo no atacaba a señoras casadas y todo había resultado a la perfección.

Con lo que sí no contaba era con esa visita de Fletcher, en cuanto Alfred fue a avisarle de la presencia del detective, una idea malvada pasó por su mente.

Mandó a llamar a una mucama y sin previo aviso la acuchilló varias veces, le ordenó a Alfred ir a tirarla en el puente de Westminster para que Fletcher la viera de regreso a su casa y fuese su «regalo». Él se cambió rápidamente de ropa y se dirigió a atender al detective.

Por otra parte, Adelphos luego de esa conversación rara con las chicas de la tienda, se puso varios días a vigilarlas solo para divertirse gracias a la reacción de ellas, sin embargo, ya no pudo seguir haciéndolo, entonces ocupó a Alfred en ese asunto y fue quién le avisó que las muchachas habían hablado con Benedict Fletcher y Wyatt Jones.

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—¿Me estás diciendo que las mataste por lo que tu madre hizo contigo? —le preguntó Benedict a Adelphos en la sala de interrogatorios.

—La verdad sí y no. Me gusta matar y soy un peligro para la sociedad, si mi madre no hubiese hecho eso conmigo igual habría matado, ella es solo la razón por la cual decidí asesinar mujeres, ¿por qué las jóvenes? porque fueron ésas las que se empeñaron siempre en rechazarme. Ahora ninguna de ellas puede hacerlo porque ninguna existe —contestó con una amplia sonrisa.

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Benedict se levantó y salió de la sala de interrogatorios y en base a todo lo que dijo Adelphos, se hizo un acta de confesión que el hombre terminó firmando con una sonrisa de satisfacción.

Como lo prometido es deuda, Benedict se dirigió a la estación de policías dónde se realizaría la rueda de prensa. Le hubiese gustado hacerla con Wyatt y aunque éste ya había despertado y se estaba recuperando bastante bien, aún estaba muy débil como para salir del hospital.

En la rueda de prensa, Benedict dijo todo lo que Adelphos Zabat había contado, también leyó el diario del temido asesino. Posteriormente, presentó todas y cada una de las evidencias halladas en todos los casos y en la residencia de los Zabat, mientras los ávidos fotógrafos tomaban daguerrotipos.

El Noctámbulo es un presagio de muerte, una niebla letal que cubre las calles de la ciudad. Él tiene la oscuridad y Londres nos tiene a mí y a Wyatt Jones. Londres por fin puede descansar en paz, las mujeres de la ciudad pueden dormir con tranquilidad esta noche. ¡Muchas gracias!

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El juicio de Adelphos Zabat y Alfred Woodhouse tuvo lugar quince días después y Benedict tuvo que quedarse porque iba a atestiguar en contra, al igual que Wyatt que por fortuna, ya hasta había salido del hospital.

Como era de esperarse y por fortuna, Adelphos fue condenado a la horca y Alfred a cadena perpetua.

—¡Al fin podemos descansar! —comentó Wyatt con una gran sonrisa mientras se felicitaban con un abrazo.

—Así es e incluso, vengué a mi hermana. Por ese lado también me quito un peso de encima.

Se quedaron un rato callados.

—Irás a Liverpool entonces, ¿no? —preguntó Wyatt con semblante triste. Benedict asintió

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—Extraño mucho a mis padres, pero, estaremos en contacto. Ten, es mi dirección en Liverpool, así podremos escribirnos.

Wyatt sonrió y abrazó fuertemente a su mejor amigo, luego de tomar el papel.

—Cualquier cosa, ya sabes dónde vivo ¿eh? —dijo el joven asiático bromeando.

Benedict abordó el landó que ya tenía sus maletas y dijo adiós con la mano a Wyatt, mientras el carruaje avanzaba hacia la estación de trenes.

Una vez ubicado en su compartimiento del vagón, el detective se recostó cómodamente. Poco después el tren empezó a moverse entre pitidos y nieblas de vapor. Benedict se puso a admirar el paisaje por la ventana. En cuestión de una hora más o menos, el paisaje empezó a volverse agreste, cerró los ojos, relajado.


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En cosa de unas horas estaría en su amada Liverpool.

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En las sombras siempre se oculta el peor lado, no todos somos buenos ni tampoco malos, pero en ese débil limbo, en esa débil cuerda que separa la maldad de la bondad, yacen personas que nunca habrías querido conocer por terminar arrastrándose a las sombras por sí mismas, fuera de todo sentimiento de humanidad, bondad o un ápice de empatía, cuando el humano termina siendo bestia, no hay vuelta a la redención, no hay vuelta atrás.

Fin.

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Bueno, gente, hemos llegado al final de esta historia. Honestamente y muy humildemente estoy muy orgullosa de esta obra que me llevó tantos años completar y mejorar, intentando siempre cubrir cada detalle. Espero que les haya gustado y muchas gracias a todos aquellos que acompañaron a Benedic y a Wyatt hasta el final. ¡Nos encontraremos en otro post!

¡Gracias por leer y comentar! (1).jpg

La imagen de portada y despedida, las diseñé en el editor Canva.

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