Entrada al Concurso de microrrelatos fantásticos de Literatos | Título: El séptimo efebo

Saludos, compañeros de Hive.

A continuación les ofrezco mi entrada en el Concurso de microrrelatos fantásticos en homenaje a Antoine de Saint-Exupéry, autor de El Principito, organizado por los diligentes compañeros de la comunidad Literatos, con el patrocinio del amigo @theycallmedan, a quienes les deseo el mayor de los éxitos.
Participar consiste en escribir un relato fantástico, que contenga un viaje, en cualquiera de los sentidos. Aquí les dejo mi trabajo. Espero sea de su agrado.


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El séptimo efebo

“Todos tienen un precio. ¡Convénzanlo, paguen lo que sea! La plata es lo que mueve al mundo”, concluyó el joven McKenzie cerrando la reunión. Luego salió apresurado de la sala de reuniones.

Llegó al ascensor, entró sin saludar. Solo pensaba en la gitana que −en la mañana, antes de entrar al edificio de oficinas−, agarrándolo por un brazo, le dijo: “Un rey de otro mundo morderá primero tu mano. Aquello que tenga que suceder, sucederá hagas lo que hagas”. Él se la quitó de encima de un manotazo.

Un inesperado y ruidoso movimiento del ascensor llevó a los pasajeros al piso. Maldijo su suerte repetidamente. “No se desespere, señor. Cálmese”, dijo una muchacha. Él chasqueó los labios. El ascensorista dijo: “Pronto vendrán los bomberos”. McKenzie negó aquello con la cabeza, sudaba copiosamente, pensaba en que se cumpliría lo dicho por la gitana. “Si vienen, les daré mucho dinero a todos mientras permitan que me saquen a mí primero”. Todos callaron.

El ascensor se movió durante varios minutos, nadie sabía si subía o bajaba. Se abrió repentinamente entre dos pisos. McKenzie, pasando por encima de los otros pasajeros, poniendo sus zapatos en sus caras, logró salir a un gran pasillo, totalmente desconocido para él, todo hecho de mármol, con arcos que permitían ver el mar a larga distancia.

Buscó las escaleras para salir de allí, pero ese pasillo lo llevaba a otro y a otro. Días después se dio cuenta de que giraba sin éxito, que repetía los pasos. ¡Era un laberinto! Quiso volver al ascensor, pero no lo encontró. No entendía qué pasaba ni cómo viajó a ese infierno.

Súbitamente, se escucharon pasos parecidos a cascos de caballos. No podía creer lo que veía: un enorme ser, cuerpo de hombre, cabeza de toro, desafiantes cuernos, colmillos sangrantes.


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“Eres el séptimo efebo”, le dijo el Minotauro con voz brameante. McKenzie temblaba de miedo. Seguía sin comprender nada, pero le ofreció dinero si lo dejaba salir de allí. Ante el silencio profundo, el joven corrió intentando escapar dentro del laberinto. El Minotauro dio pocos pasos y lo alcanzó, comió primero su mano…

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