Líneas puntiagudas de las que sale el color, buscando mirar el sol, en cada mañana. Estas presentes en los jardines más claros y en los más oscuros rincones buscando la luz solar. De un verde profundo, de sabor incoloro, perseguido por insectos alados que bordean el área.
Las líneas trazadas en los verdes caminos de la palma, nos dice para donde vamos a buscar la calma. La brisa suave mueve los tallos largos que dominan un escenario bonito.
Pequeños tentáculos de luz, apoyados en madera para no caerse. Cuando son pequeños y comienzan a vivir el apoyo de otros es vital, al comienzo son nuestros padres y al final son nuestros hijos.
La emoción me pone el alma contenta en estos días de fiesta. Servir la mesa para los comensales visitantes, familiares y amigos de toda la vida. Las líneas se pueden volver tristes al pensar en los que no están presentes, por re o por fa, simplemente no están. Nos permitimos momentos de puntiaguda tristeza, seguidos de cuentos e historias vividas.
Queremos luz en nuestras vidas y estamos llenos de entereza. Las vivencias nos acompañan y nos llenan de orgullo, logros alcanzados y metas sin cumplir se juntan en el cuaderno. Se retoman los proyectos y se olvidan los descuidos, se perdonan los errores, se programan las fiestas.
Hasta las flores fallidas nos dejan líneas de aprendizaje. No son solos puntiagudos amarillos, son rostros sin acabar de flores doradas, que como los humanos también tenemos fallas.
Tal vez fallas de alimento en la tierra, semillas con poca carga, también ellas se vuelven especiales.
Una flor incipiente descubierta en sus primeros días, ya nos dice lo que esperamos de ella, simplemente su belleza interior. Cada pétalo, cada línea con puntas encerrada dentro de si, esperando abrir y ser descubierta.
Cada línea describe los sucesos por venir. Cuando estamos por llegar al final de este año, donde apenas nos vamos recuperando del encierro de pandemia.
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