Un día te sentirás diminuto, tan breve como una circunstancia. Caminarás en silencio, acompañado por las voces de tu mente y por el ruido de la ciudad, mientras te adentras a los paisajes que a diario desechamos por estar apurados o distraídos.
Somos un fallo de la realidad, somos un virus de carne y hueso que deja sus huellas en cada recoveco, arista y rincón del planeta.
He retomado el senderismo estos días, por lugares donde sé que no hay Corona Virus, por donde aún queda aire limpio y pocas personas con miedo.
Sin embargo, en las zonas verdes que la deforestación ha devorado con candela, veo las marcas del hombre, del que deja su basura en el piso, del que quema el pasto, del que sube el volumen y contamina el aire.
En general, somos malos huéspedes para el planeta y cada vez son pocos quienes, siendo solamente algunos, comprenden que nada más somos pequeñas partículas para el aire; pesados nos volvimos, pisamos sin saber que lastimamos, dañamos el ecosistema.
Hay que sonreir, decir "Whisky" y mostrar una cara alegre. Saberse un intruso diferente en el organismo del tercer planeta desde el sol, causa irreverencia y menos pesar.
Claro está que no se puede vivir el día a día con este verdad tan tajante, a veces, uno lo olvida, sin embargo, con la arritmia de la cotidianidad te vuelves a enfermar cuando ves las feroces huellas que van dejando otros sobre tu pequeño paraíso.
Pese a eso, te alistas, subes el cerro otra vez y te sanas con su belleza, pero después, cuando estás admirando la obra de la naturaleza, de nuevo miras los vestigios de quien no sabe que el plástico tarda 150 años en degradarse y hasta 10 años más se demorará la colilla de un cigarro para desvanecerse.
Inmortales parecen ellos, los que arrojan los desechos de su ignorancia sobre las cimas. Sin saberlo, a diario mueren rodeados por su inmundicia.
La mano del hombre se ha vuelto sucia al querer ser civilizado, se han ido llenando de ciudades estas colinas que, años atrás, estaban vestidas de misterios y arropadas por una brisa que transportaba el aliento de quien ante ella se deslumbraba.
Hoy sigue siendo bella, pero vaticino que dentro de poco, los caminos estarán más perturbados, con mayor ruido y basura merodeando por los senderos.
Trato de perder mi memoria cuando camino, intento no tener el sentido de la conciencia cuando arribo arriba, allá arriba, donde leo las lineas de los horizontes que Dios ha dibujado.
Disfruto el ejercicio y, sobre todo, los momentos en que puedo cerrar los ojos, apagar las preocupaciones, mirar al fondo, al Infinito Menos Uno para ver si allí veo a mi padre, luego, soltar un gran suspiro tras hurtarle inhalaciones a un buen aire, y sentirme libre pero inocuo, despreocupado pero pensante; importante,mas solamente una mera circunstancia.
Suena irónico, pero yo me escapo a estas rutas para desvanecerme, porque aunque aquí hay basura, no hay tanta gente; aunque hay una pandemia, acá estás más seguro que en tu casa; y porque estando en la montaña, irónicamente, querrás ver cómo se ve desde lejos el monstruo de la ciudad.
Acá les dejo esta reflexión que comparto hoy, Día de la Tierra, pero que siempre hago cuando veo botellas de vidrio en el piso, cuando recojo bolsas del suelo, o cuando veo que las ciudades se estás devorando a los bosques.
No siempre pienso en ello cuando estoy en casa, acepto que sí me preocupo cuando vengo a buscar paz en estas bellas colinas... una paz que cada vez encuentro, una paz distinta que solo halló acá, una paz de la que me llevo poco, junto con algo de basura, vidrio y mi propio ruido e impacto, solo de esa forma no me siento un virus sino un anticuerpo.
¿Y tú? ¿Eres Virus o Anticuerpo?
Las imágenes correspondes a San Antonio de Los Altos - Venezuela