—¡No temes a lo que ha de venir!

—Patrañas, solo son cuentos de caminos.

—No estés tan seguro. Luego no digas que no te lo advertí.

—No te preocupes por mí. Yo estaré bien, cuídate tú. —Él contestó con una sonrisa irónica e incrédula.

Recordó, con cada acontecimiento, el consejo bien intencionado de su amigo. Lamentó el cómo lo trató, cuando él intentó salvarlo de la inminente tribulación. Ahora, observa con desesperanza a su familia, y se recrimina, en silencio, la arrogancia que los condena al sufrimiento.

Observó con estupor a los vándalos desvalijar la propiedad abandonada de su amigo con suma impunidad. Él nada podía a hacer al respecto. Solo mirar y esperar con angustia que se fueran sin fijarse en él y su familia.

Los minutos parecieron horas. Ellos eran ruidosos y clamaban consignas de la revolución. Uno de los hombre lo miró directamente a los ojos, él bajó con rapidez la mirada, dando una clara señal de sumisión.

—¡Oligarca, pronto vendremos por ti! —Gritó el líder de los revolucionarios, mientras sus secuaces cargaban con los muebles y cualquier cosa que pudieron cargar.

Respiró hondo, cuando levantó la mirada y los vio marcharse. La amenaza le quedó grabada. No tiene a quien acudir, ellos son la autoridad. Una dura lección que hubiera evitado, si con humildad hubiera escuchado a su amigo.

Una luz vino a su mente. Subió las escaleras y de la biblioteca tomó el libro que su amigo le obsequió en la última conversación. Él le dijo que cuando cambiará de opinión, abriera el libro en la página 73. No pudo disimular la cara de alivio delante de su familia.

—¡No entiendo la placidez de tu expresión. Pronto vendrán por nosotros! —Exclamó la esposa con lágrimas en los ojos por el temor.

—Si, vendrán. Pero nosotros no estaremos aquí.

—¡No tenemos a donde ir!

—Te equivocas. Mi amigo nos dejó el mapa, un plan de escape y el mejor libro del mundo.