Son varias las razones por las que el mes de septiembre de dos mil uno es inolvidable para mí. Luego de veinticinco años sería el primer septiembre en que no me incorporaría a mis labores como profesor de bachillerato. El año anterior había cumplido el tiempo de servicio reglamentario y decidí acogerme al beneficio de la jubilación.
Tenía una gran sensación de vacío, era algo muy extraño, no es fácil terminar con rutinas que se han instalado desde hace tanto tiempo y yo realmente amaba estar en las aulas con los muchachos, tal como lo había hecho desde el año mil novecientos setenta y cinco, cuando comencé como un joven y entusiasta profesor que apenas había cumplido los veintiuno.
Pero había otras cosas que ocupaban mi mente. Mi hija menor había pasado los cinco años, le correspondía comenzar los estudios de preescolar. Yo tenía dos años haciendo gestiones para lograr un cupo en una institución de religiosas que ofrecía una educación de calidad. Los cupos eran difíciles porque era un instituto subsidiado, con mensualidades económicas y con una alta demanda de cupos. Al final me habían confirmado que sí iban a recibir a la niña.
En aquel momento los venezolanos vivíamos un clima de fuerte tensión política, un verdadero ambiente de rebelión social. El difunto presidente Chávez amenazaba — y al final, vaya si lo consiguió— con echar por tierra el mundo que habíamos conocido.
Aquel hombre feroz había logrado engatusar a una buena parte de la población y consiguió ser elegido presidente con una oferta de profundizar la Democracia, pero luego se rebeló como uno de los tantos tiranos que han aparecido en la historia para plagar a sus pueblos de males y desgracias.
La revolución iniciada por Chávez necesitaba implantar en la mentalidad de la gente una nueva narrativa, para ello era fundamental poner a la educación al servicio de los intereses revolucionarios. Por eso una de las primeras medidas que tomó aquel gobierno fue la promulgación del decreto “1011”, en el que se establecía la figura de los “Supervisores itinerantes”, funcionarios nombrados a dedo, violando toda la normativa legal, y cuya única finalidad era el amedrentamiento de los docentes para evitar las protestas en contra del régimen.
Desde el mismo momento en que se conoció la existencia del decreto la sociedad civil se puso en movimiento.
Docentes, padres y representantes no estábamos dispuestos a aceptar mansamente aquel atropello a la libertad de pensamiento, nos organizamos en un gran movimiento cuyo lema era “con mis hijos no te metas”. Esas protestas iniciadas por aquel movimiento lograron que el decreto fuera derogado, y fueron el detonante para grandes movilizaciones nacionales, que al año siguiente, el dos mil dos, hicieron renunciar a Chávez; luego una serie de errores políticos lo devolvieron al poder.
Ese once de septiembre de dos mil uno yo cumplía funciones de dirigente gremial del Colegio de Profesores de Venezuela. En mi condición de dirigente y de representante tenía pautada una reunión en la escuela donde comenzaría clases mi hija. El objetivo era coordinar las acciones de protestas contra el referido decreto, la reunión estaba prevista para el final de la mañana.
Estaba en casa preparando algunos materiales para la reunión cuando escuché en el patio los gritos de mí cuñada, me conminaba a que prendiera el televisor, decía algo así como que habían invadido a los Estados Unidos. Lo primero que vino a mi memoria eran aquellas historias que circulaban durante mi infancia, en los años sesenta, donde siempre se hablaba de un inminente conflicto nuclear entre Rusos y Americanos.
Al encender el televisor en la señal de CNN, que para entonces no estaba prohibida para los venezolanos, pude ver con estupor como una de las torres se desplomaba, aún mantengo vívido en el recuerdo la profunda impresión que me produjo ver la gente saltando al vacío por los ventanales de las torres, el horror se apoderó de mí.
Al principio todo fue confusión, no se sabía nada de lo sucedido. En aquel momento me olvidé completamente de la reunión, inmediatamente pensé en la niña y me fui a buscarla a la guardería.
En la calle había mucha agitación, la gente corría buscando algún medio de transporte, las caras denotaban incertidumbre, pánico. No eran tiempos de celulares, estando en el vehículo no me podía comunicar con nadie. El próximo paso fue recoger a mi esposa en la escuela donde ella cumplía su labor como maestra. Lo único que quería hacer era reunir a mi familia...
Ya para la tarde las cosas estaban más claras, habíamos sido testigos de una gran tragedia producto del odio y la intolerancia.
La motivación para esta publicación me llega gracias a la invitación que me hace mi estimada amiga @isaomaroon, a participar de la iniciativa creada por el amigo @tupamalo. Invito a todos a compartir sus recuerdos sobre este día.
Gracias por tu tiempo.
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There are several reasons why the month of September two thousand and one is unforgettable for me. After twenty-five years, it would be the first September in which I would not return to my work as a high school teacher. The previous year I had completed the statutory service time and I decided to take the benefit of retirement.
I had a great feeling of emptiness, it was very strange, it is not easy to end routines that have been installed for so long and I really loved being in the classroom with the kids, as I had done since nineteen seventy-five, when I started as a young and enthusiastic teacher who had just turned twenty-one.
But there were other things occupying my mind. My youngest daughter had passed the age of five; it was her turn to start preschool. For at least two years I had been trying to get a place in a religious institution that offered quality education. Places were difficult because it was a subsidized institute, with low monthly fees and a high demand for places. In the end they had confirmed that they were going to receive the girl.
At that time Venezuelans were living in a climate of strong political tension, a true atmosphere of social rebellion. The late President Chavez was threatening, as he finally succeeded, to overthrow the world we had known.
That ferocious man had managed to cajole a good part of the population and was elected President with an offer to deepen Democracy; in the end, he rebelled like one of the many tyrants that have appeared in history to plague their people with evils and misfortunes.
The revolution initiated by Chávez needed to implant a new narrative in the mentality of the people, for which it was fundamental to place education at the service of revolutionary interests. That is why one of the first measures taken by that government was the promulgation of decree "1011", which established the figure of "Itinerant Supervisors", officials appointed by hand, violating all legal regulations, and whose only purpose was to intimidate teachers in order to avoid protests against the regime.
From the very moment the existence of the decree became known, civil society started to move.
Teachers, parents and representatives were not willing to meekly accept that attack on freedom of thought, we organized ourselves in a great movement whose motto was "don't mess with my children". Those protests initiated by that movement achieved the repeal of the decree, and were the detonator for great national mobilizations, which the following year, two thousand two, made Chávez resign; then a series of political errors brought him back to power.
On that September eleventh, two thousand and one, I was a union leader of the Venezuelan Teachers' Association. In my condition of leader and representative, I had a meeting scheduled at the school where my daughter would be starting school. The objective was to coordinate the protest actions against the aforementioned decree, the meeting was scheduled for the end of the morning.
I was preparing some materials for the meeting when I heard my sister-in-law shouting in the playground, she was urging me to turn on the TV, she was saying something like they had invaded the United States. The first thing that came to my mind were those stories that circulated during my childhood, in the sixties, where there was always talk of an imminent nuclear conflict between Russians and Americans.
When I turned on CNN, which at that time was not forbidden for Venezuelans, I could see with astonishment how one of the towers collapsed, I still keep vivid in my memory the deep impression I got when I saw people jumping into the void through the windows of the towers, the horror took hold of me.
At first everything was confusion, nothing was known about what had happened. At that moment I completely forgot about the meeting, I immediately thought of the child and went to look for her in the nursery.
In the street there was a lot of agitation, people were running around looking for a means of transportation, their faces showed uncertainty, panic. It was not a time for cell phones, being in the vehicle I could not communicate with anyone. The next step was to pick up my wife at the school where she was working as a teacher. The only thing I wanted to do was to reunite my family.
By the afternoon things were clearer, we had witnessed a great tragedy caused by hatred and intolerance.
The motivation for this publication comes to me thanks to the invitation from my dear friend @isaomaroon, to participate in the [initiative]( https://peakd. com/hive-102880/@tupamalo/initiative-where-were-you-on-september-11-2001-and-what-happened-to-your-plans-for-that-day-initiative-where-were-you-on-11-de-) created by friend @tupamalo. I invite everyone to share their memories of this day.
Thanks for your time.
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