Él la órbitaba como una luna,
ella era su centro;
podía mirarla embobado
por horas y horas,
adorarla en silencio.
Ella siempre lo supo,
incluso antes que él;
se lo leyó en los ojos
cuando aún era secreto,
se lo leyó en la piel
y en los labios,
siempre curvos,
risueños.
Pero en ella
las mariposas no volaron,
no invadieron su cuerpo;
no nublaron su juicio,
no robaron su sueño.
Entonces no era amor,
pues amor, era aquello.
Él la órbitaba como una luna
y cual luna en el cielo:
fue su cómplice en todo,
protector compañero,
fue refugio en la pena,
fue su amigo sincero
y jamás pidió nada,
como luna en el cielo.
Ella le quería;
pero no como él quería
que lo quisiera,
no como ella suponía
que debía de ser el amor
y definitivamente,
no como él a ella.