El cuadro


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Ese cuadro exhibido en la galería le causa extrañas sensaciones de aversión, miedo, recuerdos que no consigue ubicar ya que la escena que ocurre en el mismo es muchos años anterior de su nacimiento.

En el mismo un hombre se encuentra parado, con los ojos vendados, teniendo a sus espaldas una maltratada pared y frente suyo cinco soldados apuntándolo con sus escopetas.

El título de la obra lo dice todo “El fusilamiento” y en el mismo además de lo anterior citado puede palparse una realidad mágica, provocada tal vez por el juego de colores grises en contraste con el negro y el blanco.

El precio del mismo es accesible a su posibilidad, de tal manera que en un acto impulsivo, se dirige a quien se encarga de las operaciones de venta para anotarse como candidato a llevárselo cuando el evento termine.

Lo anotan en una lista y se marcha, pagando un porcentaje del valor como garantía que la transacción será realizada.

Días después lo llaman, paga el resto y se lo lleva a su casa.

Lo coloca en la sala y como un ritual pagano, todos los días dedica unos minutos a observarlo minuciosamente.

A pesar de la ausencia de colores que lo delatan puede descubrir que era de día cuando ocurrió la ejecución, ya que las nubes blancas sobre un fondo claro con retazos de luz lo indican.

Igual el rostro de los verdugos se va haciendo familiar, los bigotes de moda en ese entonces, la barba incipiente cortada con navajas, las rusticas escopetas y los uniformes improvisados.

El condenado tiene el cabello negro ensortijado, barba poblada, cuerpo delgado e igualmente viste uniforme, por lo que supone que el acto es producto de la desobediencia, rebeldía o algún acto en contra de sus propios compañeros,

A pesar de la venda que le cubre los ojos, le parece familiar y sus neuronas en un esfuerzo sobrehumano intentan rescatar de algún lugar del subconsciente la razón de esto, pero no lo consiguen.

Una noche, mirando el cuadro, pequeños flashes iluminan sus recuerdos produciéndole alteraciones cardiacas y temor.

Un sudor frío invade su cuerpo, una corriente eléctrica parece transportarlo dentro del cuadro y los sonidos de los disparos terminan haciéndolo desmayar.

Despierta unas horas después, con una sensación de resaca producto del excesivo alcohol o el consumo de drogas.

Con las manos temblorosas toma una taza de café sin azúcar mientras el frio de la madrugada le arropa los huesos.

Como una proyección de cine le llegan nuevamente a su cerebro, pero ahora de manera nítida, como si estuviera en ese instante de espectador, el acto de ejecución del soldado desertor y esto último lo sabe ya que ha descubierto la razón por la cual le parece familiar el condenado.

Como un portal de espacio-tiempo que se ha abierto, ha descubierto que el condenado es él mismo, en una de sus vidas anteriores y la razón del fusilamiento es debido a que se fugó por unos días con una mujer del pueblo.

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